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TURCÓN - Ecologistas en acción

Subdesarrollo sostenido

Subdesarrollo sostenido Francisco Pomares

La Provincia, 16-9-2004

Estupefacto estoy: me acabo de tropezar con un cartel pegado a una tapia y firmado por una plataforma ciudadana tinerfeña. Me he parado y lo he leído con todo detalle, porque pertenezco a esa generación que se informaba leyendo ´dazibaos´ universitarios en los años 70. Es difícil cambiar los viejos hábitos...

La cosa es que en el cartel se llama a la movilización de la sociedad tinerfeña contra el Puerto de Granadilla. Una opción absolutamente legítima, que hoy -después del viaje de un grupo de profesores universitarios a Bruselas para intentar bloquear la financiación europea al proyecto- parece contar con un apoyo creciente en los sectores más ´concienciados´ de la ciudadanía.

Nada que objetar a la disidencia, desde luego. Pero es que el cartel de marras insiste: Tras el "No al Puerto de Granadilla", vienen el "No a la segunda pista del Reina Sofía", "No al cierre del anillo insular", "No a los tendidos de alta tensión", "No al desdoblamiento de la Autopista", "No al tranvía Santa Cruz-Laguna", "No a las piscifactorías marinas", "No a la instalación de radares"... Todo ese nihilismo en nombre de "Otra isla posible".

Tras el disparo de salida que supuso la masiva protesta ciudadana contra el tendido de Vilaflor, la Isla de Tenerife se ha convertido en un lugar donde plantear cualquier proyecto que implique el más mínimo impacto ecológico o paisajístico (el coste ecológico de un radar debiera ser bastante inferior al de una papelera) es tarea propia de depredadores, sinvergüenzas o especuladores. Se trata, sin duda, ésta de oponerse a cualquier acción que implique actuar sobre el medio, de una tendencia de las sociedades modernas: yo aún recuerdo las fiestas en el pueblo cuando llegaba el tendido de la luz.

Es posible que algunos de los proyectos a los que se opone la Plataforma por Tenerife merezcan realmente el rechazo ciudadano. Quizá no tanto por los proyectos en sí, sino por la forma en que se plantean e informan, o por los intereses que puedan moverse tras ellos. Pero resulta muy preocupante esta creciente defensa de un supuesto desarrollo sostenible que es todo lo contrario. Resulta inaudito que una sociedad moderna -y la sociedad canaria
lo es cada vez más- sea capaz de producir mecanismos de protesta sin más alternativa al desarrollo que su rechazo absoluto. Es difícil sintetizar en unas pocas líneas el drama de una región que escapa cada vez más al debate sobre la responsabilidad que supone decidir, y que convierte la visceralidad y la oposición sin más en el argumento más atractivo.

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