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Los dragos endémicos de Gran Canaria

Los dragos endémicos de Gran Canaria Las joyas de los 'riscos'

Tan sólo quedan 79 ejemplares de la especie endémica de Gran Canaria. Viven en lugares inaccesibles donde no llegan ni cabras ni conejos.

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Dragos de Gran Canaria, tres historia de un descubrimiento.

Rafael Almeida, un geógrafo de Arucas entusiasta de la botánica, no puede ocultar un punto de orgullo cuando relata el modo en que, hace seis años, hizo uno de los descubrimientos científicos más sorprendentes de la historia natural canaria: la existencia de una nueva especie de drago, exclusiva de la isla de Gran Canaria.Pero esta satisfacción deja paso invariablemente a una gran preocupación por su futuro. La conclusión de un exhaustivo censo le ha confirmado sus peores previsiones: tan sólo quedan 79 ejemplares vivos, confinados a riscos inaccesibles del suroeste insular, entre los barrancos de Fataga (San Bartolomé de Tirajana) y de La Aldea.Y tienen un futuro incierto.

Todo comenzó cuando Rafael decidió estudiar la distribución de los últimos dragos silvestres de la isla, de modo que empezó a salir al campo y a transitar por los barrancos del sur en busca de los escasos ejemplares silvestres que, en apariencia, no eran sino dragos comunes, y cuya existencia como tales se conocía a nivel científico hacía más de 25 años. Porque ¿qué otra cosa podían ser aquellos arbolitos enraizados en repisas de paredones verticales imposibles, colgados en el vacío a cientos de metros de altura, allí donde la mano del hombre y la voracidad de cabras y conejos nunca llegó? De lejos, observándolos con prismáticos, eran lo que parecían, dragos, y nadie hasta entonces se había interesado tanto como para acercarse a ellos y estudiarlos.

Por casualidad
El descubrimiento llegó, como tantos otros, de la casualidad, eso sí, de una casualidad buscada, y de ese sentimiento tan isleño de amar y valorar lo propio. «Hubo un momento en que decidí cultivar dragos con pedigree, auténticamente grancanarios, cuyo origen no planteara ninguna duda», recuerda Almeida. «Pensé que era importante constatar y conservar el registro genético de los de últimos dragos salvajes que quedaban en la isla, puesto que los de los jardines son algo así como los perros mil leches.Canes por supuesto, pero de desconocida o dudosa procedencia».A nadie se le había ocurrido esto antes, por lo que propuso a dos biólogos del Jardín Canario, Águedo Marrero y Julio Rodrigo, plantar en el recinto de Tafira algunos de los dragos que nacerían de las semillas que pretendía recolectar. Y aceptaron.
Pero lo difícil era obtener las semillas, pues como indica Rafael, la floración de los dragos silvestres, al contrario que los cultivados, es un fenómeno raro y esporádico. De hecho, tardó más de tres años en encontrar uno de aquellos dragos con frutos. Hasta que por fin, en 1994, halló dos individuos en los riscos del barranco de Arguineguín que mostraban, respectivamente, uno y dos «racimos».Con mimo plantó las semillas recolectadas en vasos de yogur, a modo de improvisadas macetas. Poco tiempo después entregó al Jardín Canario sendos lotes para que hicieran lo propio. La sorpresa surgió al nacer en la azotea de su casa las primeras plantas, puesto que no se parecían en nada a las del drago por todos conocido.Estilizadas y de color verde azulado, con las hojas acanaladas y puntiagudas en lugar de planas, recordaban más a diminutas yucas o pitas que a las típicas plantitas del drago común, más parecidas éstas a los brotes de millo.

Extrañado, llevó al Jardín uno de aquellos draguitos «raros» en el mismo envase de yogur en que había nacido. Nadie le dio importancia. Como él mismo recuerda, a modo de anécdota, el único comentario que alguien le hizo fue: «¡Chacho, échale agua a ese draguillo que está medio seco!».
La sorpresa saltó de nuevo cuando comenzaron a germinar los primeros ejemplares en el Jardín Canario. El entonces responsable del vivero, Miguel Alemán, llamó extrañado a Águedo Marrero para que fuera al vivero «a ver aquello». Esta vez el biólogo no tuvo dudas. Sabía que se encontraba delante de un descubrimiento insólito.Inmediatamente se puso en contacto con Rafael indicándole que, en su opinión, aquellos draguitos, que mostraban unos rasgos juveniles tan marcados y diferenciados, «eran cualquier cosa menos Dracaena draco», nombre con el que los científicos denominan al drago común. Seguidamente, le invitó a iniciar cuanto antes y de forma conjunta el estudio para determinar la identidad de aquellas plantas.

Una especie diferente
Y efectivamente, eran otra cosa. Una especie diferente que, tras dos años de investigación, el equipo formado por Águedo y Rafael, al que se unió el técnico de la Viceconsejería de Medio Ambiente Manuel González-Martín, lo presentaron en sociedad como se hacen las cosas en ciencia, publicando su descubrimiento en una de las revistas botánicas con mayor impacto del mundo, la de la Sociedad Linneana de Londres. La noticia fue todo un bombazo.El árbol más famoso de Canarias, conocido desde hacía varios siglos, tenía un pariente en un rincón de Gran Canaria donde, inexplicablemente, había pasado hasta entonces inadvertido. La nueva especie fue bautizada como Dracaena tamaranae, así denominada por habitar en el sector geológicamente más antiguo de Gran Canaria, aquél que el geólogo francés Bourcart denominó Tamarán.
Rafael Almeida plantó con mimo las semillas en vasos de yogur.

1 comentario

Doramas -

Todo un descubrimiento, pero mi pregunta es, ¿a que esperan para sembrar masivamente las pocas semillas de este drago que salen cada 3/5años?, a este paso se extinguira , como los sabinares del macizo suroeste, que va a menos, menos plantar ejemplares en parques y en jardines de la biblioteca de la universidad y más en su entorno natural, en un jardín no contribuye a que se propage y se salve , solo a embellecernos la vista hasta que terminen por extinguirse.