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TURCÓN - Ecologistas en acción

El egoísmo energético

El egoísmo energético

Joaquín Estefanía

El País, 13-03-2006

Más allá de los episodios nacionales que han acontecido en los últimos tiempos en materia de fusiones empresariales en el sector, la Unión Europea (UE) parece haber puesto las primeras piedras para tener una política energética común, síntoma principal de que existe como espacio regional. La pasada semana, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, presentó el Libro Verde de la Energía, un conjunto de 27 medidas con tres objetivos prioritarios: seguridad en el abastecimiento, desarrollo sostenible y competitividad de la economía. Sigue así la UE la iniciativa de George Bush, que en el pasado discurso sobre el Estado de la Unión habló de que EE UU debía curarse de la "adicción al petróleo".

Los responsables políticos deben reaccionar a tres supuestos relacionados con el mundo de la energía, que adquieren un carácter prioritario. En primer lugar, los problemas de seguridad nacional: muchos países tremendamente dependientes de las importaciones energéticas dependen para su funcionamiento de países en condiciones geoestratégicas volátiles y, a veces, hasta hostiles. Segundo, el calentamiento de la Tierra: cada vez hay más unanimidad en que el fenómeno se acelera y que las condiciones del Tratado de Kioto (que, por ejemplo, todavía no ha firmado EE UU) son las mínimas para corregir los peores efectos de ese calentamiento ante el cual la única defensa es quemar menos combustibles fósiles, esto es, consumir menos petróleo.

Por último, reaccionar a la hipótesis cada vez más factible de que la era del petróleo, caracterizada por una materia prima abundante y relativamente barata, ha terminado. El petróleo como mercancía finita, en la que la oferta está siendo cada vez más desbordada por la demanda. En su libro Los orígenes del siglo XXI (editorial Gadir), el historiador Gabriel Tortella plantea esta contradicción en términos genéricos: la humanidad se encuentra ante un grave dilema, ya que el aumento de la población acentúa el deterioro del medio ambiente y agrava las desigualdades económicas; si tratamos de poner remedio a las desigualdades mejorando el nivel de vida de los pobres, el deterioro ambiental se multiplica, con consecuencias aterradoras. Si no lo conseguimos y persisten las desigualdades, aparte del ultraje que eso significa para nuestra conciencia, tal persistencia puede con alta probabilidad agravar el enfrentamiento violento entre el Tercer Mundo y el Primero.

La energía como problema estratégico de la humanidad se manifiesta ya en cualquier cumbre, como la que hace poco celebró el G-8 en Moscú, bajo la presidencia de Vladímir Putin. Un Putin que unas semanas antes había generado un conflicto al restringir la llegada de gas a Ucrania y, como efecto colateral, a algunas zonas europeas, visibilizando la falta de autonomía energética de la UE. Con motivo de esa reunión de los países más ricos del mundo, Putin escribió un artículo, reproducido en toda la prensa occidental, en el que describía la inestabilidad de los mercados de hidrocarburos como una amenaza para el suministro mundial de energía. El líder de un país que nada en petróleo y gas advertía de que "el desfase entre oferta y demanda está aumentando... El egoísmo energético no conduce a ninguna parte".

La Perspectiva Internacional de la Energía 2005, confeccionada por un organismo público de EE UU, prevé que en las dos próximas décadas el consumo mundial de petróleo pase de los 84 millones de barriles diarios actuales a casi 119 millones de barriles. El consumo estadounidense se incrementará de los 20 a los 30 millones de barriles diarios, aunque los ciudadanos más sedientos de crudo provendrán de los países emergentes, sobre todo de China, que cuadriplicará en ese periodo el número de automóviles que circulen por sus carreteras. ¿Puede la oferta mantener ese ritmo de crecimiento?

La primera medida que se requiere, antes de abordar las alternativas energéticas, es convencer a la opinión pública mundial de que existe un factor de estrangulamiento de las condiciones de vida adquiridas. Presente, no futuro.

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