Delenda est árbol
Manuel Ramírez Muñoz
La Provincia, 15-8-2004
¡Destruid el árbol!. En lo que respecta a nuestra ciudad, ésta parece ser la consigna que, a golpe de motosierra, está destruyendo la masa arbórea y alterando el microclima urbano. Por desgracia, esto no ocurre sólo en Las Palmas de Gran Canaria. Autoridades y particulares, ante la indiferencia y apatía, consienten o autorizan la tala de bellísimos ejemplares.
No siempre ha sido así. Hubo épocas en que la sensibilidad o el sentido común eran normas que seguían a rajatabla nuestras primeras autoridades. En 1940, el Gobernador de la Provincia de Las Palmas, Plácido Alvarez-Buylla, prohibió tajantemente la tala de árboles a menos que se sustituyera cada árbol por cinco nuevos. En el Paseo de San José, en 1946, las raíces de cuatro eucaliptos invadieron varias viviendas. Dichas raíces dañaron una conducción de agua del Cabildo y otra de la Heredad de Aguas de Vegueta. La propia Heredad solicitó la tala de los eucaliptos y el Cabildo, siguiendo su programa de no consentir "la tala de cualquier especie, si previamente no se lleva a cabo la repoblación de 25 árboles por cada uno que se proyecte talar", autorizó la tala de sólo tres y la Heredad tuvo que plantar 100 cupresus.
"Plantar árboles es rendir culto a la Naturaleza, embellecer el paisaje, y legar el más bello de los preciados tesoros a la tierra patria", decía D. Pérez Núñez en La Prensa el 28 de febrero de 1932. Pensamientos como este deben sonarle extraño a quienes, precisamente, están encargados de velar por un patrimonio forestal que es el de todos, que ha tardado decenas de años en formarse y que, por el capricho o la ignorancia de unos pocos, desaparece en contados segundos. Y con los árboles, han desaparecido los gorriones y las multicolores mariposas que veíamos antaño.
Ahí están, como testigos acusadores, las decenas de alcorques con los que se tropieza uno en cualquier acera de nuestra ciudad, que un día sostuvieron árboles y palmeras y hoy sólo presentan unos miserables muñones que los jardineros municipales no han tenido ni la delicadeza de arrancarlos y cubrilos con el cemento inmisericorde. Como cadáveres insepultos.
La Provincia, 15-8-2004
¡Destruid el árbol!. En lo que respecta a nuestra ciudad, ésta parece ser la consigna que, a golpe de motosierra, está destruyendo la masa arbórea y alterando el microclima urbano. Por desgracia, esto no ocurre sólo en Las Palmas de Gran Canaria. Autoridades y particulares, ante la indiferencia y apatía, consienten o autorizan la tala de bellísimos ejemplares.
No siempre ha sido así. Hubo épocas en que la sensibilidad o el sentido común eran normas que seguían a rajatabla nuestras primeras autoridades. En 1940, el Gobernador de la Provincia de Las Palmas, Plácido Alvarez-Buylla, prohibió tajantemente la tala de árboles a menos que se sustituyera cada árbol por cinco nuevos. En el Paseo de San José, en 1946, las raíces de cuatro eucaliptos invadieron varias viviendas. Dichas raíces dañaron una conducción de agua del Cabildo y otra de la Heredad de Aguas de Vegueta. La propia Heredad solicitó la tala de los eucaliptos y el Cabildo, siguiendo su programa de no consentir "la tala de cualquier especie, si previamente no se lleva a cabo la repoblación de 25 árboles por cada uno que se proyecte talar", autorizó la tala de sólo tres y la Heredad tuvo que plantar 100 cupresus.
"Plantar árboles es rendir culto a la Naturaleza, embellecer el paisaje, y legar el más bello de los preciados tesoros a la tierra patria", decía D. Pérez Núñez en La Prensa el 28 de febrero de 1932. Pensamientos como este deben sonarle extraño a quienes, precisamente, están encargados de velar por un patrimonio forestal que es el de todos, que ha tardado decenas de años en formarse y que, por el capricho o la ignorancia de unos pocos, desaparece en contados segundos. Y con los árboles, han desaparecido los gorriones y las multicolores mariposas que veíamos antaño.
Ahí están, como testigos acusadores, las decenas de alcorques con los que se tropieza uno en cualquier acera de nuestra ciudad, que un día sostuvieron árboles y palmeras y hoy sólo presentan unos miserables muñones que los jardineros municipales no han tenido ni la delicadeza de arrancarlos y cubrilos con el cemento inmisericorde. Como cadáveres insepultos.
2 comentarios
juan -
Rubén Naranjo Rodríguez -