Cambio climático
José H. Chela
CanariasAhora.com, 20-8-2004
Por una vez, los profetas del Apocalipsis ecológico van a tener razón. Nos hemos cargado de tal modo el ambiente del planeta que ya los expertos dan por hecho el imparable y terrorífico cambio climático que se nos avecina. Cuentan las crónicas que el Gobierno español, como el resto de los gobiernos, ha mostrado una gran preocupación por el fenómeno. Pues qué bien, oigan.
Lo cierto es que, según las predicciones de los especialistas y de los organismos que estudian estas cosas, en general el mundo registrará en los próximos años pongamos un siglo como mucho- una elevación general de las temperaturas de unos siete grados centígrados. Mucho antes, en un par de décadas, la península Ibérica sufrirá un calentón de mucho cuidado (unos cinco grados de media) y su clima será mucho más cálido y seco que el del Norte de África. De estas ínsulas nadie dice nada; pero, no confíen demasiado en los vientos alisios, porque cualquier observador objetivo e imparcial ha de reconocer que el tiempo también se ha vuelto loco por estos lares de unos años a esta parte.
Por supuesto, me imagino, cuando estos efectos comiencen a notarse todavía más de lo que ya se notan, el personal comenzará a tomarle cierta manía al calorcillo y mirará metafóricamente, claro- al sol, no como el astro rey que nos proporciona gustirrín y bronceado más o menos gratuito, sino como un enemigo natural (ya lo es, si consideramos los cánceres de piel que provoca) que está ahí para jorobarnos la existencia. El sol no es culpable de nada, obviamente; pero, el ser humano tiende a responsabilizar a quien no puede responder de las acusaciones, de sus propios errores. Quiero decir que al turismo de sol y playa, que ya tiene, según los informes de los propios responsables del sector, poco porvenir en estos momentos, le espera un futuro bastante deprimente. Cuán largo me lo fiáis, dirá alguno. Pero, en estas cuestiones, nunca se sabe hasta qué punto los acontecimientos pueden precipitarse. Lo chachi y lo agradable, cuando el cambio climático llegue a su apogeo, o incluso, antes, será, acaso, pasar las vacaciones en lugares fresquitos, donde llueva, granice, nieve y haya que abrigarse. Acaso se ponga de moda, antes de lo que pensamos, el turismo de hielo e iglú.
Sería interesante un estudio de esos, pero referido únicamente al Archipiélago, que ya ha perdido definitivamente algunos de sus pulmones verdes garantes del buen clima (como el valle de La Orotava, en Tenerife). Hace tiempo, un malandrín iluminado, el padre David, fundador de la secta de los Niños de Dios, publicaba folletos y pronunciaba sermones advirtiendo de que La Tierra tenía sus días contados y que todo el globo terráqueo sería destruido. Sólo se salvarían quienes vivieran en Canarias, una tierra llamada a convertirse en el origen de una nueva humanidad, más justa, sana, libre y feliz. Al padre David, barbudo y amante de las holgadas túnicas que no era mal reclamo para visitantes de toda índole- le siguió bastante gente, sobre todo porque se rodeaba de adeptas guapísimas, cuya misión era consolar sexual y gratuitamente a los interesados en la secta. Bueno. Éste no es más que un detalle anecdótico de algo que ocurrió hace dos o tres décadas. No sé si la secta y su creador continúan predicando y fornicando por ahí, pero, si perviven, seguramente habrán cambiado de hipotético paraíso. Porque esto ya no es lo que era, con cambio climático o sin él. Lo que no sé, con semejantes perspectivas, es dónde podría situarse, ahora mismo, un próximo y aceptable Edén. Tal vez, sea una búsqueda llamada, anticipadamente, al fracaso.
CanariasAhora.com, 20-8-2004
Por una vez, los profetas del Apocalipsis ecológico van a tener razón. Nos hemos cargado de tal modo el ambiente del planeta que ya los expertos dan por hecho el imparable y terrorífico cambio climático que se nos avecina. Cuentan las crónicas que el Gobierno español, como el resto de los gobiernos, ha mostrado una gran preocupación por el fenómeno. Pues qué bien, oigan.
Lo cierto es que, según las predicciones de los especialistas y de los organismos que estudian estas cosas, en general el mundo registrará en los próximos años pongamos un siglo como mucho- una elevación general de las temperaturas de unos siete grados centígrados. Mucho antes, en un par de décadas, la península Ibérica sufrirá un calentón de mucho cuidado (unos cinco grados de media) y su clima será mucho más cálido y seco que el del Norte de África. De estas ínsulas nadie dice nada; pero, no confíen demasiado en los vientos alisios, porque cualquier observador objetivo e imparcial ha de reconocer que el tiempo también se ha vuelto loco por estos lares de unos años a esta parte.
Por supuesto, me imagino, cuando estos efectos comiencen a notarse todavía más de lo que ya se notan, el personal comenzará a tomarle cierta manía al calorcillo y mirará metafóricamente, claro- al sol, no como el astro rey que nos proporciona gustirrín y bronceado más o menos gratuito, sino como un enemigo natural (ya lo es, si consideramos los cánceres de piel que provoca) que está ahí para jorobarnos la existencia. El sol no es culpable de nada, obviamente; pero, el ser humano tiende a responsabilizar a quien no puede responder de las acusaciones, de sus propios errores. Quiero decir que al turismo de sol y playa, que ya tiene, según los informes de los propios responsables del sector, poco porvenir en estos momentos, le espera un futuro bastante deprimente. Cuán largo me lo fiáis, dirá alguno. Pero, en estas cuestiones, nunca se sabe hasta qué punto los acontecimientos pueden precipitarse. Lo chachi y lo agradable, cuando el cambio climático llegue a su apogeo, o incluso, antes, será, acaso, pasar las vacaciones en lugares fresquitos, donde llueva, granice, nieve y haya que abrigarse. Acaso se ponga de moda, antes de lo que pensamos, el turismo de hielo e iglú.
Sería interesante un estudio de esos, pero referido únicamente al Archipiélago, que ya ha perdido definitivamente algunos de sus pulmones verdes garantes del buen clima (como el valle de La Orotava, en Tenerife). Hace tiempo, un malandrín iluminado, el padre David, fundador de la secta de los Niños de Dios, publicaba folletos y pronunciaba sermones advirtiendo de que La Tierra tenía sus días contados y que todo el globo terráqueo sería destruido. Sólo se salvarían quienes vivieran en Canarias, una tierra llamada a convertirse en el origen de una nueva humanidad, más justa, sana, libre y feliz. Al padre David, barbudo y amante de las holgadas túnicas que no era mal reclamo para visitantes de toda índole- le siguió bastante gente, sobre todo porque se rodeaba de adeptas guapísimas, cuya misión era consolar sexual y gratuitamente a los interesados en la secta. Bueno. Éste no es más que un detalle anecdótico de algo que ocurrió hace dos o tres décadas. No sé si la secta y su creador continúan predicando y fornicando por ahí, pero, si perviven, seguramente habrán cambiado de hipotético paraíso. Porque esto ya no es lo que era, con cambio climático o sin él. Lo que no sé, con semejantes perspectivas, es dónde podría situarse, ahora mismo, un próximo y aceptable Edén. Tal vez, sea una búsqueda llamada, anticipadamente, al fracaso.
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