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TURCÓN - Ecologistas en acción

Los árboles y la paz

Los árboles y la paz La Provincia, 21-10-2004

Angel Tristán Pimienta

La ecologista keniana Wangari Maathai ha sido distinguida con el Premio Nobel de la Paz: es todo un símbolo para los tiempos que vivimos. La más alta distinción mundial, la más preciada, ha reconocido en esta ocasión el tesón de una mujer empeñada en repoblar África para luchar contra la desertización y para conseguir nuevas fuentes de subsistencia para la población de las aldeas, una manera de fijarlas a sus entornos. La ecología, que hace mucho dejó de ser un esfuerzo estéril de algunos visionarios para convertirse en ciencia y doctrina, aunque también tiene su sarampión juvenil, muy necesario, es hoy día un tema en el que hay un creciente consenso... precisamente porque a estas alturas es evidente que si la humanidad sigue por el mismo camino depredador e irresponsable se avanza hacia el desastre. Digan lo que digan algunos siervos del dólar, que por oponerse a las tesis progresistas son capaces de tirarse por un barranco, hay que empezar a hacer algo, en todas partes. Junto al Protocolo de Kioto, respaldado activamente por docenas de Premios Nobel y miles de científicos, son necesarias acciones regionales, como la emprendida por Wangari, y una creciente mentalización en las sociedades industrializadas.

Pero como ha demostrado la comprometida keniata, en todas partes cueces habas. El problema medioambiental no afecta solamente a los países ricos... también el Tercer Mundo hace lo que puede para fastidiar los equilibrios de la naturaleza y tiene que venir una valiente mujer, universitaria, con convicciones profundas, para decirle a los suyos - y a toda la humanidad- que hay que corregir el rumbo, que hay que plantar árboles allí donde se han talado, arrancado o quemado. Es verdad que las grandes compañías madereras destrozan la selva amazónica, pero no es menos cierto que son llamadas e impulsadas por los poderosos intereses forestales, mineros y especulativos de los brasileños; y también por una agricultura que basa su sostenimiento en la ocupación y degradación, en un ciclo mortal, de los montes.

Junto con todo esto, en las sociedades desarrolladas determinados sectores insisten en minusvalorar el problema medioambiental, en todos sus ámbitos. Lo local, porque es una preocupación aldeana, una visión provinciana, y lo global, porque es puro catastrofismo de unos cuantos extravagantes y fanáticos de la yerbabuena. Es frecuente escuchar en foros de opinión como siempre alguien interviene para frivolizar el Protocolo de Kioto, con el convencimiento de que es extendida la opinión de que, en el fondo, no pasa nada, que se trata de miedos infundados soplados por un progresismo desfasado. ¿Para qué cumplir Kioto si los Estados Unidos no lo hacen?. En primer lugar porque, Gracias a Dios, la Tierra es mucho más que Norteamérica. Y por otro lado, porque grano a grano se hace molino. Hay mucha gente que hace trampas en el pago de impuestos, pero la obligación de cada ciudadano es cumplir escrupulosamente con Hacienda.

No se trata de una cuestión superficial ni de una estrafalaria obsesión de unos pocos excéntricos. La comunidad científica mundial está de acuerdo en que hay que frenar la emisión de gases de efecto invernadero, y ello, en principio, por una cuestión de puro sentido común: el humo no es bueno para la salud, pero hay algunos que son mortales para el planeta porque rompen los equilibrios climáticos. Partiendo de esta base hay que entender que se trata de un tema que al final será asumido por toda la humanidad, como al final se ha asumido que el tabaco puede matar, que si se bebe no se puede conducir, y que hay que proteger los bosques
aunque haya alguien que los considere un elemento molesto e improductivo.

Rusia ha anunciado su decisión de ratificar el tratado; y Bruselas perfecciona los requerimientos a las industrias. Es cierto que pueden producirse fugas y deslocalizaciones de empresas, pero se trata de un fenómeno inevitable. También hay compañías que se mudan porque prefieren tener esclavos en lugar de trabajadores, y no por eso se van a suprimir unas conquistas que ya forman parte del catálogo de los derechos humanos. Hace años no se entendía
la moratoria para la caza de las ballenas, luego la práctica fue asumida por la mayoría de las naciones, y en estos momentos en Canarias, para no ir más lejos, la tranquilidad y seguridad de delfines, zifios y calderones consiguen modificar los hábitos militares en las maniobras navales e ir combinando el interés de la defensa nacional con una serie de criterios conservacionistas.

El comité Nobel ha tenido un gesto elocuente: al bendecir la actividad de una de las más conocidas ecologistas del planeta, que además une la condición de mujer a la de política, está enviando un mensaje alto y claro a la sociedad. El concepto de paz es algo más profundo que la ausencia de guerra. En la actualidad tiene que ver con una serie de valores, unos intangibles y otros no tanto, sin los cuales no puede concebirse la supervivencia y el progreso de la raza humana. En la calle Torres Quevedo o en los bosques arrasados de Kenia.

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