Un fracaso para Tenerife
El Día, 27-11-2005
Miguel Zerolo Aguilar
Alcalde de Santa Cruz de Tenerife
DESCONOZCO cuántas personas habrán acudido ayer a la manifestación convocada contra el puerto de Granadilla y por el "cambio de modelo" de desarrollo de Tenerife (el modelo que nos ha permitido salir en las últimas décadas del atraso y subdesarrollo secular en que vivía esta isla). El baile de cifras, como ocurre cada vez que se convoca una manifestación, pinta escenas completamente diferentes, pero lo único que hoy por la mañana estará claro, meridiana y transparentemente claro, con independencia del éxito o fracaso de la convocatoria, es que esta ciudad ha perdido, quizás para siempre, su mayor patrimonio. No hablo de la publicidad que hubiera supuesto para Santa Cruz la celebración de la prueba de fórmula 1 (más de medio centenar de medios nacionales e internacionales acreditados que hubieran llevado el nombre de Santa Cruz a las primeras páginas de muchos periódicos y revistas). No hablo tampoco de la pérdida de una oportunidad única para nuestros jóvenes, para los amantes del motor y para la ciudadanía en general de ver en directo en la avenida de Anaga, por primera y única vez en su vida, una exhibición de fórmula 1. No hablo de eso. Hablo de que esta semana el pueblo de Santa Cruz ha dejado de ser dueño de sus calles.
Los ciudadanos de Santa Cruz han salido siempre a la calle para manifestar su alegría o su tristeza. Los carnavales, las victorias y derrotas del club deportivo Tenerife, las Fiestas de Mayo... la calle, la convivencia cívica y festiva en nuestras calles, es (era, quizás) nuestro mayor patrimonio. Pero esta semana, algo ha fallado. Y no lo digo porque haya personas que protesten con toda legitimidad contra el puerto de Granadilla, contra el cierre del anillo insular o contra lo que sea. Porque están en su derecho. Nos ha costado mucho conseguirlo y es justo que lo ejerzan. Pero no ellos solos. No ellos en exclusiva.
El nivel de crispación al que se ha llegado ha sido tal que no ha sido posible compatibilizar (por temor a que hubiera habido serios problemas de seguridad para los asistentes, algo insólito en esta ciudad) dos actos. Por una lado una manifestación y por otro, una prueba deportiva. Los convocantes de la manifestación contra el Puerto de Granadilla entendieron que no era posible. Que ese día, la calle era sólo para ellos. Que nadie más podía ese día hacer uso de nuestras avenidas y paseos, ni siquiera cuando hablábamos de una prueba deportiva que se le "regalaba" a la ciudad.
Esa pérdida es la que nos tiene que llevar a una seria reflexión. Puede que el modelo de desarrollo de esta isla no concite el consenso de todos, como tampoco ocurre en Gran Canaria, donde 6.000 personas salieron a la calle en protesta por el modelo de carreteras y para pedir la ampliación de una autopista. Pero lo que no puede ser, no debe ser, es que una protesta ciudadana se convierta en una amenaza. Ahora dirán que no hubo amenazas. Claro que las hubo. Es una amenaza llenar de panfletos la isla criticando a los organizadores de la prueba deportiva, es una amenaza llamar a los ciudadanos al boicot de los productos de DISA y es una amenaza, una forma de amenaza, advertir de que si se mantenían los dos actos, al mismo tiempo, podría haber serios problemas de seguridad.
Los organizadores (que hasta el último momento defendieron Santa Cruz como sede del acto) prefirieron desplazar la prueba deportiva a otro municipio porque corrían el riesgo de que un acontecimiento de ocio y de diversión derivara en un problema de seguridad. Y ese temor, ese razonable temor a lo que podía haber ocurrido, es lo que realmente nos tiene que preocupar a todos. Porque la diferencia está en que unos querían la calle para ellos solos, los otros no. Debe ser por lo mismo que se creen en posesión de la verdad absoluta, por lo mismo que insultan y desprecian a quienes no pensamos como ellos. Porque es "su" modelo el único que vale. Pero un modelo que no se practica a través de las instituciones y el gobierno democrático, sino a golpe de manifestación para gritar que "el pueblo ha salido a la calle" cuando es lo matemáticamente cierto que la mayoría del pueblo no lo hace.
Por eso, con independencia del número personas que haya acudido a la convocatoria de ayer, la manifestación habrá sido un fracaso. Un fracaso de la convivencia. Un fracaso para los que creen en la libertad. Y un éxito para quienes se propusieron -y consiguieron- que la calle fuera sólo de ellos y nada más que de ellos. Ese es el auténtico cambio de modelo que estamos consiguiendo. Del modelo de la tolerancia al del insulto. Del modelo del respeto al del miedo. ¡Vaya cambio!
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