Un santuario natural en la zona prohibida de Chernóbil
El País, 20-04-2006
La explosión de la central nuclear de Chernóbil (Ucrania) obligó a evacuar a 350.000 personas de un área de 155.000 kilómetros cuadrados. De eso hace 20 años, y todavía hay una zona de exclusión alrededor de la instalación en la que la vida humana es imposible. Y sin embargo, ese lugar se ha convertido en un santuario natural en el que florecen especies animales de todo tipo.
En la madrugada del 26 de abril de 1986, los operarios de la central llevaron a cabo una prueba de seguridad que, por culpa de una serie de errores humanos y técnicos, terminó volando uno de sus cuatro reactores. La explosión liberó a la atmósfera 200 toneladas de material nuclear, generando una radiación equivalente a la de 500 bombas atómicas como la de Hiroshima. Naciones Unidas calcula que 59 personas murieron por la radiación, aunque eleva la cifra final de fallecidos a causa de la radiación hasta 9.000. La ONG Greenpeace es más pesimista; cree que, en los próximos 15 años, serán hasta 67.000 las víctimas mortales de Chernóbil.
El sarcófago
Tras la explosión cerca de 350.000 tuvieron que ser evacuadas en un área de 155.000 kilómetros cuadrados alrededor de la central. Sin embargo, se estima que entre cinco y ocho millones de personas siguen viviendo en territorios contaminados de Ucrania y dos países limítrofes, Rusia y Bielorrusia. La central siguió en funcionamiento hasta el año 2000. El reactor accidentado fue cubierto con un sarcófago de hormigón.
Alrededor de la central hay ahora una zona de exclusión en la que los altos niveles de radiación hacen imposible la vida humana. En esa área siguen en pie ciudades enteras abandonadas a medio vivir, con platos colocados sobre la mesa o libros de texto abiertos en las escuelas. Los seres humanos han abandonado esa zona, pero no así la vida: los alrededores de Chernóbil son una reserva natural repleta de animales.
El Bosque Rojo
Los que ya había se han multiplicado, pero además han llegado especies que no se veían desde hace décadas, como el lince y el búho real. Incluso se han descubierto pisadas de osos, un animal que no se aventura por esos parajes desde hace siglos. Los animales no parecen sentir la radiación y han ocupado ese área pese a sus condiciones, ha declarado el científico Sergey Gaschak a la radiotelevisión pública británica. Muchos animales han anidado dentro del sarcófago: estorninos, palomas, golondrinas, ha añadido. La población de jabalíes se ha disparado, así como la de lobos.
Es una zona radioactiva, sí, pero sin hombres, sin herbicidas, sin pesticidas, sin industria, sin tráfico y con todos sus recursos naturales intactos. En el momento de la explosión, cuatro kilómetros cuadrados de pinares alrededor de la central se tornaron marrones de un golpe y murieron (el ahora bautizado como Bosque Rojo). Los animales en el área murieron o dejaron de reproducirse: los embriones de ratos se disolvieron; los caballos murieron con el tiroides desintegrado. Y sin embargo, la siguiente generación ha nacido aparentemente sin secuelas. Ahora las vacas allí suelen ser radiactivas (demasiado para que el ser humano se las coma), pero por lo demás parecen sorprendentemente normales.
La población de alces se ha disparado, y hay signos de que parecen haberse adaptado a las difíciles condiciones y viven tanto como aquellos que pueblan áreas sin radiación. Sin embargo, no todos tienen la misma suerte: los animales que vagan por áreas extensas sufren menos que aquellos que apenas se mueven de un mismo lugar. Además, se han registrado mutaciones del ADN de estos animales, aunque ninguna ha afectado a su fisiología o su capacidad de reproducción. No hay caballos de dos cabezas, pero sí cada vez más zorros, tejones, castores, ciervos, liebres, nutrias, mapaches...
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