El Desarrollo sostenible: ¿nuestro destino?
Manuel Angel Santana Turégano
Doctor en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona
Profesor de Sociología del Desarrollo Regional, Universidad de La Laguna.
Desde hace más de dos mil años la capacidad para distinguir los relatos mitológicos más o menos fantásticos de las explicaciones basadas en la razón ha sido uno de los pilares sobre los que se ha construido la sociedad occidental. Sin embargo, no por ello los mitos han dejado de estar presentes en nuestra vida cotidiana. Uno de los ámbitos que aún
hoy están dominados por la presencia de mitos es el de la política. La historia está llena de utopías políticas. Y éstas se han entendido en el sentido de Tagore, que afirmaba que aunque no las podamos alcanzar, las utopías, al igual que las estrellas, nos permiten orientarnos en nuestro camino. La política de los últimos 100 años puede interpretarse como el
intento de convencer a los electores de que debemos optar por uno de los dos grandes mitos que se nos ofrecían como destinos a los que llegar.
Por un lado el socialismo, entendido en sentido marxista- leninista como la realización del paraíso en la tierra, que constituía el punto de llegada al que todas las sociedades debíamos dirigirnos. Por otro lado la sociedad democrática de mercado, entendida también como otra especie de paraíso en la tierra y destino final de nuestro viaje colectivo.
Hemos concebido la política como un viaje hacia un destino (mítico). Los mitos políticos de los últimos cien años compartían una base teoría común, la idea del desarrollo, que puede entenderse que ha sido en realidad el verdadero mito que ha guiado la política. En la actualidad, parece que hay un nuevo puerto hacia el que navegar, un nuevo mito: el
desarrollo sostenible. El desarrollo sostenible, tal y como nos lo presentan habitualmente los políticos, es un mito. Porque, al igual que los mitos anteriores, es visto como un puerto de llegada. Pasa como con muchas novelas y películas pasadas de moda que han perdido credibilidad. Porque terminaban en boda, como si la boda fuera el fin de la historia,
cuando todos sabemos que, antes al contrario, es solo el inicio. El desarrollo, por definición, no puede ser un puerto al que se llega, y tan sólo, si acaso, una manera de viajar. La situación en que se encuentra Irak en la actualidad es quizá un buen ejemplo de lo que pasa cuando entendemos la política como el viaje hacia un destino. Parte de la opinión pública occidental (al menos Bush, Blair y Aznar) pensaba que derrocar a Sadam Hussein era la meta. De manera dramática hemos
comprendido que la ocupación de Irak no era el fin del viaje sino tan sólo el inicio de lo que de momento está siendo una triste travesía por la guerra, la destrucción y la violencia.
Ahora que los mitos del paraíso en la tierra y de la democracia de mercado parecen haber perdido fuerza, los principales partidos se esfuerzan en ofrecernos un nuevo mito, el desarrollo sostenible. Se trata de un mito que surge a partir de una contradicción. Aquello de que ningún sistema de recursos limitados puede crecer de forma ilimitada
empieza a ser, para muchos, una percepción real y no tan sólo una sesuda idea teórica. Ante la percepción de que es difícil seguir desarrollándonos sin encontrar con un techo, el desarrollo sostenible, como por arte de magia, nos ofrece combinar dos términos aparentemente contradictorios.
En cualquier caso, no es mi intención aquí criticar la misma idea de desarrollo sostenible sino la manera en que ésta se nos presenta. Los partidos tradicionales siguen viendo a sus electores como potenciales consumidores: "si Ud. me da su voto yo le daré a cambio desarrollo sostenible. Mientras tanto, no hace falta que haga nada". Y no es algo exclusivo de los grandes partidos. Muchos pequeños partidos marginales tienen una visión de la política que es incluso más milenarista que la de los grandes partidos: "lo que hay que hacer es cambiar el sistema (o sacar del poder a los que siempre han estado) y sólo entonces será posible el desarrollo sostenible. Quizá tengan razón, pero, ¿y mientras tanto que hacemos?
En la situación actual deberíamos recuperar un mito griego que hasta ahora ha estado muy alejado de la manera en que se concibe la política: el mito de Ulises. Como decía Kavafis, si hemos de emprender el viaje hacia Ítaca hemos de pedir que el viaje sea largo. Porque lo único que Ítaca nos puede ofrecer es el viaje. Así, lo importante del desarrollo sostenible o de otros posibles puertos a los que queramos navegar juntos no es tanto el puerto en sí sino la manera en que viajamos. En Irak no tiene sentido el viaje hacia la sociedad democrática de mercado si la manera en que viajamos se basa en la ocupación militar, las torturas a presos y la represión a la población civil. En Cuba, para viajar al paraíso del proletariado se vulneran los derechos humanos. Hay partidos que proponen llegar a la democracia participativa y no son participativos en sus estructuras. Hay gobiernos que se plantean como meta alcanzar el desarrollo sostenible y para viajar a ese destino construyen cuantas más autopistas mejor (será para ir más rápido). Debemos desconfiar de la política de las grandes palabras y fiarnos más de la política de los pequeños gestos. Es algo que en realidad ya hacemos cuando elegimos un destino, por ejemplo para las vacaciones.
Lo importante no es tanto el destino al que se va sino la manera en que se viaja. No me hablen más acerca de si el desarrollo sostenible ha de ser nuestro destino. Cuéntenme cómo vamos a viajar hasta allí. Porque en el viaje hacia Ítaca, lo único que ésta me puede ofrecer es el viaje.
Doctor en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona
Profesor de Sociología del Desarrollo Regional, Universidad de La Laguna.
Desde hace más de dos mil años la capacidad para distinguir los relatos mitológicos más o menos fantásticos de las explicaciones basadas en la razón ha sido uno de los pilares sobre los que se ha construido la sociedad occidental. Sin embargo, no por ello los mitos han dejado de estar presentes en nuestra vida cotidiana. Uno de los ámbitos que aún
hoy están dominados por la presencia de mitos es el de la política. La historia está llena de utopías políticas. Y éstas se han entendido en el sentido de Tagore, que afirmaba que aunque no las podamos alcanzar, las utopías, al igual que las estrellas, nos permiten orientarnos en nuestro camino. La política de los últimos 100 años puede interpretarse como el
intento de convencer a los electores de que debemos optar por uno de los dos grandes mitos que se nos ofrecían como destinos a los que llegar.
Por un lado el socialismo, entendido en sentido marxista- leninista como la realización del paraíso en la tierra, que constituía el punto de llegada al que todas las sociedades debíamos dirigirnos. Por otro lado la sociedad democrática de mercado, entendida también como otra especie de paraíso en la tierra y destino final de nuestro viaje colectivo.
Hemos concebido la política como un viaje hacia un destino (mítico). Los mitos políticos de los últimos cien años compartían una base teoría común, la idea del desarrollo, que puede entenderse que ha sido en realidad el verdadero mito que ha guiado la política. En la actualidad, parece que hay un nuevo puerto hacia el que navegar, un nuevo mito: el
desarrollo sostenible. El desarrollo sostenible, tal y como nos lo presentan habitualmente los políticos, es un mito. Porque, al igual que los mitos anteriores, es visto como un puerto de llegada. Pasa como con muchas novelas y películas pasadas de moda que han perdido credibilidad. Porque terminaban en boda, como si la boda fuera el fin de la historia,
cuando todos sabemos que, antes al contrario, es solo el inicio. El desarrollo, por definición, no puede ser un puerto al que se llega, y tan sólo, si acaso, una manera de viajar. La situación en que se encuentra Irak en la actualidad es quizá un buen ejemplo de lo que pasa cuando entendemos la política como el viaje hacia un destino. Parte de la opinión pública occidental (al menos Bush, Blair y Aznar) pensaba que derrocar a Sadam Hussein era la meta. De manera dramática hemos
comprendido que la ocupación de Irak no era el fin del viaje sino tan sólo el inicio de lo que de momento está siendo una triste travesía por la guerra, la destrucción y la violencia.
Ahora que los mitos del paraíso en la tierra y de la democracia de mercado parecen haber perdido fuerza, los principales partidos se esfuerzan en ofrecernos un nuevo mito, el desarrollo sostenible. Se trata de un mito que surge a partir de una contradicción. Aquello de que ningún sistema de recursos limitados puede crecer de forma ilimitada
empieza a ser, para muchos, una percepción real y no tan sólo una sesuda idea teórica. Ante la percepción de que es difícil seguir desarrollándonos sin encontrar con un techo, el desarrollo sostenible, como por arte de magia, nos ofrece combinar dos términos aparentemente contradictorios.
En cualquier caso, no es mi intención aquí criticar la misma idea de desarrollo sostenible sino la manera en que ésta se nos presenta. Los partidos tradicionales siguen viendo a sus electores como potenciales consumidores: "si Ud. me da su voto yo le daré a cambio desarrollo sostenible. Mientras tanto, no hace falta que haga nada". Y no es algo exclusivo de los grandes partidos. Muchos pequeños partidos marginales tienen una visión de la política que es incluso más milenarista que la de los grandes partidos: "lo que hay que hacer es cambiar el sistema (o sacar del poder a los que siempre han estado) y sólo entonces será posible el desarrollo sostenible. Quizá tengan razón, pero, ¿y mientras tanto que hacemos?
En la situación actual deberíamos recuperar un mito griego que hasta ahora ha estado muy alejado de la manera en que se concibe la política: el mito de Ulises. Como decía Kavafis, si hemos de emprender el viaje hacia Ítaca hemos de pedir que el viaje sea largo. Porque lo único que Ítaca nos puede ofrecer es el viaje. Así, lo importante del desarrollo sostenible o de otros posibles puertos a los que queramos navegar juntos no es tanto el puerto en sí sino la manera en que viajamos. En Irak no tiene sentido el viaje hacia la sociedad democrática de mercado si la manera en que viajamos se basa en la ocupación militar, las torturas a presos y la represión a la población civil. En Cuba, para viajar al paraíso del proletariado se vulneran los derechos humanos. Hay partidos que proponen llegar a la democracia participativa y no son participativos en sus estructuras. Hay gobiernos que se plantean como meta alcanzar el desarrollo sostenible y para viajar a ese destino construyen cuantas más autopistas mejor (será para ir más rápido). Debemos desconfiar de la política de las grandes palabras y fiarnos más de la política de los pequeños gestos. Es algo que en realidad ya hacemos cuando elegimos un destino, por ejemplo para las vacaciones.
Lo importante no es tanto el destino al que se va sino la manera en que se viaja. No me hablen más acerca de si el desarrollo sostenible ha de ser nuestro destino. Cuéntenme cómo vamos a viajar hasta allí. Porque en el viaje hacia Ítaca, lo único que ésta me puede ofrecer es el viaje.
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