Estampa ecológica [sobre el atentado de Beslán, Rusia]
Juan Millás
Entre las anécdotas, todas brutales, referidas a las personas que permanecieron secuestradas durante más de dos días en la escuela de Beslán, me vuelve una y otra vez a la memoria la de una mujer que estaba amamantando a su bebé, y que daba de vez en cuando una cucharadita de su leche a los otros niños que se encontraban cerca. Imaginen la escena de la cuchara junto al pezón, del que la mujer obtiene un jarabe esencial para la vida. Pero imaginen sobre todo la cantidad de solidaridad que contienen esas gotas de leche. Si tuviéramos que enumerar los minerales, las vitaminas o las proteínas de ese jugo para calcular su poder nutritivo, no podríamos dejar de mencionar también los miligramos de solidaridad en los que todo lo anterior está disuelto y que constituye su base nutritiva.
El cuerpo, el cuerpo. Qué rara autosuficiencia la de una mujer en ese estado. El grupo de hombres que dentro y fuera del edificio calculaban el modo de matar al otro, necesitaban proveerse de prótesis, o armas, para alcanzar ese fin. Iban armados hasta los dientes, con la cintura rodeada de cartuchos, además de haber minado el suelo y las paredes con explosivos que podrían accionar a distancia. Frente a todo aquel acero, a aquella pólvora, una mujer oponía la fortaleza de sus pechos, con los que alimentaba a su bebé y a los cuatro o cinco niños que lo contemplaban con envidia. Curiosamente, las armas tienen, sobre todo, forma de falo y de falo en estado de erección para más señas. No me viene ahora mismo a la cabeza ningún arma con forma de seno. No conozco ningún pezón, natural o artificial, que expulse fuego, metralla, veneno, ácido.
En medio de todo aquel espanto, la imagen de esa mujer con los pechos hinchados, administrando los recursos de su cuerpo (y, con los de su cuerpo, los de su psiquismo) como una medicina a los hijos de otras mujeres, se convierte en un icono profundamente ecológico. Es más, se comprende el término ecología en toda su extensión. Lástima que sólo seamos conscientes de esos recursos en situaciones desesperadas.
Entre las anécdotas, todas brutales, referidas a las personas que permanecieron secuestradas durante más de dos días en la escuela de Beslán, me vuelve una y otra vez a la memoria la de una mujer que estaba amamantando a su bebé, y que daba de vez en cuando una cucharadita de su leche a los otros niños que se encontraban cerca. Imaginen la escena de la cuchara junto al pezón, del que la mujer obtiene un jarabe esencial para la vida. Pero imaginen sobre todo la cantidad de solidaridad que contienen esas gotas de leche. Si tuviéramos que enumerar los minerales, las vitaminas o las proteínas de ese jugo para calcular su poder nutritivo, no podríamos dejar de mencionar también los miligramos de solidaridad en los que todo lo anterior está disuelto y que constituye su base nutritiva.
El cuerpo, el cuerpo. Qué rara autosuficiencia la de una mujer en ese estado. El grupo de hombres que dentro y fuera del edificio calculaban el modo de matar al otro, necesitaban proveerse de prótesis, o armas, para alcanzar ese fin. Iban armados hasta los dientes, con la cintura rodeada de cartuchos, además de haber minado el suelo y las paredes con explosivos que podrían accionar a distancia. Frente a todo aquel acero, a aquella pólvora, una mujer oponía la fortaleza de sus pechos, con los que alimentaba a su bebé y a los cuatro o cinco niños que lo contemplaban con envidia. Curiosamente, las armas tienen, sobre todo, forma de falo y de falo en estado de erección para más señas. No me viene ahora mismo a la cabeza ningún arma con forma de seno. No conozco ningún pezón, natural o artificial, que expulse fuego, metralla, veneno, ácido.
En medio de todo aquel espanto, la imagen de esa mujer con los pechos hinchados, administrando los recursos de su cuerpo (y, con los de su cuerpo, los de su psiquismo) como una medicina a los hijos de otras mujeres, se convierte en un icono profundamente ecológico. Es más, se comprende el término ecología en toda su extensión. Lástima que sólo seamos conscientes de esos recursos en situaciones desesperadas.
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