¿Salvar el litoral de quién?
C. G. Roy
CanariasAhora.com, 20-7-2004
La verdad es que no me creo nada. El otro día se dio una vuelta por Canarias José Fernández, a la sazón director general de Costas del gobierno Zetapé, y se despachó con una florida arenga animando al pueblo, por la vía de sus instituciones democráticas, a recuperar el litoral para el común disfrute y regocijo. Como principio teórico, lo suscribo y rubrico aquí mismo, incluso corregido y aumentado, y más en un lugar donde los homicidas del hormigón armado se han empleado con mayor ensañamiento y crueldad. Pero mucho me temo que la cosa no pase de ahí, del ámbito de las bonitas palabras, porque los intereses monetarios de unos pocos son de tal calibre que será complicado, por no decir imposible, lograr que se avengan a razones. En Canarias, como en otras latitudes, en estas cosas nunca se impone el sentido común o la voluntad de la mayoría, sino la especulación pura y dura bajo sus mil y un disfraces.
Fernández ha descubierto que el perímetro marítimo de las Islas ha sido objeto de ocupación del territorio de forma salvaje. Bienvenido al club de los inventores de la pólvora. Aquí impera la tesis de que comemos exclusivamente gracias a que un alemán, un inglés y un sueco pueden pegarse un bañito y tostarse el ombligo sin mayores complicaciones. Lo demás no importa. Así, con los años nos hemos contado uno de esos chistes multirraciales a base de cubrirlo todo de bloques y cemento sin ton ni son. Maldita la gracia que hace la broma, lo sé, pero es lo que hay. Ni cristo se ha preocupado, más allá de los discursos políticos, de poner sobre la mesa conceptos tales como respeto, sostenibilidad, belleza o, simplemente, futuro. Ni se han diversificado las inversiones, ni se han evitado las monodependencias, ni se han parado en barras a la hora de conceder licencias en los más descabellados lugares, previo pago de la comisión de turno al político benevolente. Cuando se descubre un paraje interesante, hermoso y cuidado, la primera reacción es destruirlo construyendo sobre él cualquier mamarrachada bajo las más peregrinas justificaciones. Me consta que en muchos lugares, el caso del urbanismo desaforado canario, sobre todo el de sus sures, se emplea como ejemplo de lo que ni por asomo ha de hacerse si se pretende tener algún futuro, pero aquí, nada, seguimos en nuestros trece. Menudos somos.
Desocupar el litoral y liberar la primera línea de costa, es lo que se propone José Fernández. Antes se helará el infierno. Mientras siga habiendo un fajo de billetes para engrasar la máquina administrativa por la puerta trasera, continuarán los camiones transportando materiales de construcción del uno al otro confín. Y se proyectarán macropuertos de dudosa necesidad, y dársenas deportivas a tutiplén, y proyectos para istmos que huelen que apestan, y recoletos hotelitos de tropecientas mil plantas, y la biblia en verso: el político canario se caracteriza, más que nada, por su tremenda capacidad para vender la moto y, de paso, duros a tres pesetas. ¿De qué familias son los terrenos que se beneficiarán de las recalificaciones urbanísticas de Granadilla? ¿Qué personaje, con nombre de ciudad extremeña, se está haciendo con los parajes de la hipotética segunda pista del Reina Sofía? ¿Qué dos estudios de arquitectura están trabajando ya a todo vapor para el proyecto del istmo grancanario a pesar de que no se ha dilucidado el concurso de ideas? ¿Por qué José Manuel Soria, tras la que armó en su día contra Marino Aludán, ahora no dice ni esta boca es mía cuando los tribunales han fallado que actuó perversamente al apoyar la liberalización de unos terrenos para mayor gloria económica de su familia? ¿Qué opacos planes se están barajando ya para el cacareado Confital? Etcétera, que tampoco es cuestión de aburrirles con ejemplos que cualquiera de ustedes conocen o intuyen de sobra aún mejor que yo.
Fernández aconseja también no ser permisivos con los intereses privados que colisionen con los públicos. Yo le aconsejo, por poner un último caso, que se dé un paseo por el Puertillo de Bañaderos y observe cierta casa próxima a los populares Charcones, en pleno dominio de Costas, que se alza allí, con el acceso de una vía pública cerrado por todo el morro con vallas y cadenas para que el tráfico no moleste la tranquilidad de sus ocupantes. Luego que acuda al registro de la propiedad y compruebe que la tal casa pertenece al teniente de alcalde de Arucas, del pepé, aunque es sin importancia el detalle ya que gobierna en coalición con un alcalde socialista. Y, por último, que le eche un vistazo a las modificaciones del plan de urbanismo municipal de la zona, aprobadas durante esta misma legislatura, para que se pasme al verificar que la preservación de esa única vivienda se ha colado con calzador aunque el resto de casas de los vecinos en idéntica situación caerán bajo la piqueta vengadora. Ah, por cierto, que revise también las cintas de los mítines de campaña, en los que el susodicho no se cortó ni un pelo a la hora de asegurar alto y claro que a él la política le interesaba, ante todo, para poner a salvo su propiedad. Es un sencillo ejemplo, pero paradigmático de esa tremenda voluntad de no ser permisivos con los intereses privados.
CanariasAhora.com, 20-7-2004
La verdad es que no me creo nada. El otro día se dio una vuelta por Canarias José Fernández, a la sazón director general de Costas del gobierno Zetapé, y se despachó con una florida arenga animando al pueblo, por la vía de sus instituciones democráticas, a recuperar el litoral para el común disfrute y regocijo. Como principio teórico, lo suscribo y rubrico aquí mismo, incluso corregido y aumentado, y más en un lugar donde los homicidas del hormigón armado se han empleado con mayor ensañamiento y crueldad. Pero mucho me temo que la cosa no pase de ahí, del ámbito de las bonitas palabras, porque los intereses monetarios de unos pocos son de tal calibre que será complicado, por no decir imposible, lograr que se avengan a razones. En Canarias, como en otras latitudes, en estas cosas nunca se impone el sentido común o la voluntad de la mayoría, sino la especulación pura y dura bajo sus mil y un disfraces.
Fernández ha descubierto que el perímetro marítimo de las Islas ha sido objeto de ocupación del territorio de forma salvaje. Bienvenido al club de los inventores de la pólvora. Aquí impera la tesis de que comemos exclusivamente gracias a que un alemán, un inglés y un sueco pueden pegarse un bañito y tostarse el ombligo sin mayores complicaciones. Lo demás no importa. Así, con los años nos hemos contado uno de esos chistes multirraciales a base de cubrirlo todo de bloques y cemento sin ton ni son. Maldita la gracia que hace la broma, lo sé, pero es lo que hay. Ni cristo se ha preocupado, más allá de los discursos políticos, de poner sobre la mesa conceptos tales como respeto, sostenibilidad, belleza o, simplemente, futuro. Ni se han diversificado las inversiones, ni se han evitado las monodependencias, ni se han parado en barras a la hora de conceder licencias en los más descabellados lugares, previo pago de la comisión de turno al político benevolente. Cuando se descubre un paraje interesante, hermoso y cuidado, la primera reacción es destruirlo construyendo sobre él cualquier mamarrachada bajo las más peregrinas justificaciones. Me consta que en muchos lugares, el caso del urbanismo desaforado canario, sobre todo el de sus sures, se emplea como ejemplo de lo que ni por asomo ha de hacerse si se pretende tener algún futuro, pero aquí, nada, seguimos en nuestros trece. Menudos somos.
Desocupar el litoral y liberar la primera línea de costa, es lo que se propone José Fernández. Antes se helará el infierno. Mientras siga habiendo un fajo de billetes para engrasar la máquina administrativa por la puerta trasera, continuarán los camiones transportando materiales de construcción del uno al otro confín. Y se proyectarán macropuertos de dudosa necesidad, y dársenas deportivas a tutiplén, y proyectos para istmos que huelen que apestan, y recoletos hotelitos de tropecientas mil plantas, y la biblia en verso: el político canario se caracteriza, más que nada, por su tremenda capacidad para vender la moto y, de paso, duros a tres pesetas. ¿De qué familias son los terrenos que se beneficiarán de las recalificaciones urbanísticas de Granadilla? ¿Qué personaje, con nombre de ciudad extremeña, se está haciendo con los parajes de la hipotética segunda pista del Reina Sofía? ¿Qué dos estudios de arquitectura están trabajando ya a todo vapor para el proyecto del istmo grancanario a pesar de que no se ha dilucidado el concurso de ideas? ¿Por qué José Manuel Soria, tras la que armó en su día contra Marino Aludán, ahora no dice ni esta boca es mía cuando los tribunales han fallado que actuó perversamente al apoyar la liberalización de unos terrenos para mayor gloria económica de su familia? ¿Qué opacos planes se están barajando ya para el cacareado Confital? Etcétera, que tampoco es cuestión de aburrirles con ejemplos que cualquiera de ustedes conocen o intuyen de sobra aún mejor que yo.
Fernández aconseja también no ser permisivos con los intereses privados que colisionen con los públicos. Yo le aconsejo, por poner un último caso, que se dé un paseo por el Puertillo de Bañaderos y observe cierta casa próxima a los populares Charcones, en pleno dominio de Costas, que se alza allí, con el acceso de una vía pública cerrado por todo el morro con vallas y cadenas para que el tráfico no moleste la tranquilidad de sus ocupantes. Luego que acuda al registro de la propiedad y compruebe que la tal casa pertenece al teniente de alcalde de Arucas, del pepé, aunque es sin importancia el detalle ya que gobierna en coalición con un alcalde socialista. Y, por último, que le eche un vistazo a las modificaciones del plan de urbanismo municipal de la zona, aprobadas durante esta misma legislatura, para que se pasme al verificar que la preservación de esa única vivienda se ha colado con calzador aunque el resto de casas de los vecinos en idéntica situación caerán bajo la piqueta vengadora. Ah, por cierto, que revise también las cintas de los mítines de campaña, en los que el susodicho no se cortó ni un pelo a la hora de asegurar alto y claro que a él la política le interesaba, ante todo, para poner a salvo su propiedad. Es un sencillo ejemplo, pero paradigmático de esa tremenda voluntad de no ser permisivos con los intereses privados.
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