Pensar y vivir en colores el verde (sobre el ramal de Agaete)
Antonia Saavedra Suárez
CanariasAhora.com, 31-8-2004
Hay otras personas que piensan y sueñan en verde. Éstas creen que sostener va unido a un proyecto de vida, a un proyecto que gira en torno a las personas y donde se ajustan las necesidades del presente y las del futuro para superar, de una vez por todas, lo peor del urbanismo, de las infraestructuras, del empleo, del medio ambiente, de las políticas sociales, educativas, económicas, etc., de las que tantos ejemplos tenemos. Son personas que ambicionan crear pueblos habitables para el ahora, sin poner en peligro las necesidades de los que vienen mañana.
Las decisiones que en Agaete se están tomando en infraestructura y suelo, entre ellas el ramal, son costosas y casi imposibles de corregir una vez realizadas, y, por ello, es necesario actuar con decisión y con urgencia, porque ya llegamos tarde y muy de tarde en tarde.
Este desarrollismo brutal que nos están ofreciendo como garantía de futuro supone un serio atentado al sentido común. Probablemente nunca, tanto como hoy, habíamos tenido tanta razón y eso les mueva a esa carrera contrarreloj por taponar con mortero todo lo que represente el más mínimo brote de racionalidad urbanística.
Lo absurdo es que, mientras los Estados de la Unión Europea, la ONU, arquitectos, ingenieros, biólogos, ecologistas, empresarios que creen en el desarrollo inteligente, políticos, etc., se devanan los sesos desarrollando estrategias y legislación para que el mundo tome conciencia de la necesidad de un desarrollo sostenible, Agaete, como si de un salmón se tratara, lucha contracorriente por desovar su herencia. Todos están de acuerdo en que el desarrollo desmedido y la falta de planificación y previsión provocan daños irreparables, como irreparable es la muerte del pájaro palmero cuando se le encierra en una jaula.
Adoptar esta postura insensible y pasiva, dejando esta responsabilidad a la insensatez que nos gobierna y no dejar oír nuestra voz contrariada, nos convierte en cómplices del desatino y en deudores de nuestra herencia. Cuando, sentados al lado del joven, imploremos a la rancia memoria ¿Qué les diremos? ¿Les diremos que nos vendimos? ¿Les diremos que tuvimos miedo a las represalias? ¿Les diremos que no tuvimos el coraje suficiente para dejar de vivir en el silencio y carraspear para que saliera firme nuestra voz? ¿Les diremos que no vimos nada, que no oímos nada? ¿O les diremos que lo nuestro fue ver, oír y callar? ¿Quiénes son los políticos? ¿Nuestros dioses, nuestros amos, nuestros patrones, nuestros verdugos? No nos confundamos, ser persona es un derecho, pero ser político es un privilegio, la oportunidad dada por quien han hecho la inversión: el pueblo.
Nos debemos al sueño sensato, no a la crítica pesimista y destructora, de imaginar un destino distinto del que se avecina para nuestro pueblo y sus gentes. Mostrar nuestra inconformidad con lo que está ocurriendo es una práctica mental saludable, simple y llanamente porque el ramal no es bueno, porque no está pensado para el interés y las necesidades públicas, porque es un proyecto individualista que no ha contado con la participación ciudadana y se le ha ocultado al pueblo, eliminando no sólo lo que es su derecho sino su responsabilidad.
Nos hemos volcado tanto hacia nosotros mismos y a la satisfacción de nuestras necesidades que nos hemos despreocupado de la inevitable convivencia, del apoyo en la defensa de nuestros derechos y deberes comunes. Lo que está ocurriendo es algo así como si, en casa, cada uno metiera el cucharón en el caldero sin mirar al fondo para comprobar si queda potaje para todos.
Es necesario que integremos lo individual y lo colectivo, lo mío y lo nuestro, porque no podemos perder también de nuestro horizonte que además de personas individuales, pertenecemos a una comunidad, a un pueblo de gentes de bien, que no sólo ha dejado de ver las montañas encantadas de la costa, sino que ha dejado de ver en el fondo del caldero.
No olvides mañana, cuando evoques al pueblo, que parte de nuestras señas de identidad son, y prefiero hablar desde el hoy, agarrar un puño de tierra para enterrar, de vez en cuando, un pellizco de semillas de naranjos, limoneros, cafetales y mangos, saborear la sal de Las Salinas, echar una ojeada al horizonte y dejarse seducir por el borroso contorno de las montañas, pasear junto al mar y asombrarse con aquel impresionante navío que se llama Tenerife con su blanca y grandiosa chimenea, caminar por el barranco mientras sostenemos una mano amiga, el cuerpo cansado de un viejo, el niño a la pileta, el viento en la cara que viene del mar y el sol que conforta y anima nuestras cabezas, porque todo eso es, y más, al mismo tiempo que nuestras señas de identidad, el potaje que alimenta nuestras familias. Si lo devoramos, sin mirar en el fondo del caldero, los que lleguen mañana y agarren el cucharón, no podrán llenar el plato y pasarán hambre.
Pensar en verde significa sostener la vida.
CanariasAhora.com, 31-8-2004
Hay otras personas que piensan y sueñan en verde. Éstas creen que sostener va unido a un proyecto de vida, a un proyecto que gira en torno a las personas y donde se ajustan las necesidades del presente y las del futuro para superar, de una vez por todas, lo peor del urbanismo, de las infraestructuras, del empleo, del medio ambiente, de las políticas sociales, educativas, económicas, etc., de las que tantos ejemplos tenemos. Son personas que ambicionan crear pueblos habitables para el ahora, sin poner en peligro las necesidades de los que vienen mañana.
Las decisiones que en Agaete se están tomando en infraestructura y suelo, entre ellas el ramal, son costosas y casi imposibles de corregir una vez realizadas, y, por ello, es necesario actuar con decisión y con urgencia, porque ya llegamos tarde y muy de tarde en tarde.
Este desarrollismo brutal que nos están ofreciendo como garantía de futuro supone un serio atentado al sentido común. Probablemente nunca, tanto como hoy, habíamos tenido tanta razón y eso les mueva a esa carrera contrarreloj por taponar con mortero todo lo que represente el más mínimo brote de racionalidad urbanística.
Lo absurdo es que, mientras los Estados de la Unión Europea, la ONU, arquitectos, ingenieros, biólogos, ecologistas, empresarios que creen en el desarrollo inteligente, políticos, etc., se devanan los sesos desarrollando estrategias y legislación para que el mundo tome conciencia de la necesidad de un desarrollo sostenible, Agaete, como si de un salmón se tratara, lucha contracorriente por desovar su herencia. Todos están de acuerdo en que el desarrollo desmedido y la falta de planificación y previsión provocan daños irreparables, como irreparable es la muerte del pájaro palmero cuando se le encierra en una jaula.
Adoptar esta postura insensible y pasiva, dejando esta responsabilidad a la insensatez que nos gobierna y no dejar oír nuestra voz contrariada, nos convierte en cómplices del desatino y en deudores de nuestra herencia. Cuando, sentados al lado del joven, imploremos a la rancia memoria ¿Qué les diremos? ¿Les diremos que nos vendimos? ¿Les diremos que tuvimos miedo a las represalias? ¿Les diremos que no tuvimos el coraje suficiente para dejar de vivir en el silencio y carraspear para que saliera firme nuestra voz? ¿Les diremos que no vimos nada, que no oímos nada? ¿O les diremos que lo nuestro fue ver, oír y callar? ¿Quiénes son los políticos? ¿Nuestros dioses, nuestros amos, nuestros patrones, nuestros verdugos? No nos confundamos, ser persona es un derecho, pero ser político es un privilegio, la oportunidad dada por quien han hecho la inversión: el pueblo.
Nos debemos al sueño sensato, no a la crítica pesimista y destructora, de imaginar un destino distinto del que se avecina para nuestro pueblo y sus gentes. Mostrar nuestra inconformidad con lo que está ocurriendo es una práctica mental saludable, simple y llanamente porque el ramal no es bueno, porque no está pensado para el interés y las necesidades públicas, porque es un proyecto individualista que no ha contado con la participación ciudadana y se le ha ocultado al pueblo, eliminando no sólo lo que es su derecho sino su responsabilidad.
Nos hemos volcado tanto hacia nosotros mismos y a la satisfacción de nuestras necesidades que nos hemos despreocupado de la inevitable convivencia, del apoyo en la defensa de nuestros derechos y deberes comunes. Lo que está ocurriendo es algo así como si, en casa, cada uno metiera el cucharón en el caldero sin mirar al fondo para comprobar si queda potaje para todos.
Es necesario que integremos lo individual y lo colectivo, lo mío y lo nuestro, porque no podemos perder también de nuestro horizonte que además de personas individuales, pertenecemos a una comunidad, a un pueblo de gentes de bien, que no sólo ha dejado de ver las montañas encantadas de la costa, sino que ha dejado de ver en el fondo del caldero.
No olvides mañana, cuando evoques al pueblo, que parte de nuestras señas de identidad son, y prefiero hablar desde el hoy, agarrar un puño de tierra para enterrar, de vez en cuando, un pellizco de semillas de naranjos, limoneros, cafetales y mangos, saborear la sal de Las Salinas, echar una ojeada al horizonte y dejarse seducir por el borroso contorno de las montañas, pasear junto al mar y asombrarse con aquel impresionante navío que se llama Tenerife con su blanca y grandiosa chimenea, caminar por el barranco mientras sostenemos una mano amiga, el cuerpo cansado de un viejo, el niño a la pileta, el viento en la cara que viene del mar y el sol que conforta y anima nuestras cabezas, porque todo eso es, y más, al mismo tiempo que nuestras señas de identidad, el potaje que alimenta nuestras familias. Si lo devoramos, sin mirar en el fondo del caldero, los que lleguen mañana y agarren el cucharón, no podrán llenar el plato y pasarán hambre.
Pensar en verde significa sostener la vida.
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