Pobrecito Juan Grande
Carlos G. Roy
CanariasAhora.com, 3-9-2004
Lo del vertedero que el cabildo grancanario mantiene en Juan Grande es de libro. De uno bien gordo y manoseado en el que se explique cómo no deben hacerse las cosas bajo concepto alguno. El problema acerca de qué hacer con los residuos urbanos, animales, hospitalarios, etc. es básico para cualquier administración responsable, si bien las cabezas pensantes del régimen soriásico no van más allá de su acumulación a gogó en inmundos e insalubres vertederos o al terrible y peligroso derroche de la incineración. Y esto por no hablar del olímpico desdén con el que se está tratando a los vecinos de San Bartolomé de Tirajana a través de sus autoridades locales, a las que hasta se les prohíbe el paso a las instalaciones. Menos mal que el alcalde es del pepé, que si no...
La incineración es una técnica que, por activa y por pasiva, se ha demostrado que resulta insalubre, peligrosa y, además, despilfarradora de recursos, ya que consume muchísima más energía de la que genera. Le interesa, cómo no, a las empresas constructoras y a las compañías eléctricas, que son las que sacan tajada inmediata de ella, pero repercuten de manera muy negativa en el entorno natural y social en el que se instalan. Una tonelada de residuos incinerados genera diez veces menos energía de la que se necesita para reponer los materiales quemados, y encima contamina y favorece la lluvia ácida. Por ello, tanto en Europa, como en Japón, Estados Unidos, etc. se han dado cuenta de que esta tecnología no es ni mucho menos sostenible y la están abandonando a marchas forzadas.
Metales pesados (mercurio, cadmio, plomo, cobre, berilo, arsénico, etc.) van a parar a la atmósfera y, de allí, a la cadena alimentaria y a los pulmones. Los furanos y las dioxinas son bioacumulativos y, por si fuera poco, se biomagnifican (pasan de lo vegetal a lo animal y de la presa al depredador). Los estudios indican que son cancerígenos, neurotóxicos y letales para el sistema reproductor. Claro que los propagandistas de este tipo de instalaciones les asegurarán que todo está bajo control, lo cual es radicalmente falso: si bien la tecnología ha avanzado bastante, en las universidades donde se han analizado estas cosas se estima que un diecisiete por ciento de las emanaciones y cenizas tienen un importante potencial toxicológico y no las eliminan los filtros. La incineración se limita a trasladar la contaminación de un lugar a otro, pero en absoluto es una solución, sólo un negocio para unos pocos.
Desde infinidad de ámbitos se han cansado de repetir que la solución pasa por la teoría de las tres erres, es decir, reducción, reutilización y reciclaje. Conseguir, mediante políticas activas, que se disminuya sensiblemente el volumen de residuos, por ejemplo legislando de manera coherente acerca de los sistemas de embalaje y empaquetado. Tender de nuevo hacia los envases de reposición y, en la medida de lo posible, eliminar los de usar y tirar. Concienciar a la población de verdad en la necesidad perentoria de la selección en origen y acompañarla de una verdadera política de recogida de residuos diferenciales: hoy por hoy los contenedores de plástico, papel y vidrio apenas son meros adornos y focos de insalubridad dado el poco caso que se les hace. Además, se ha demostrado que donde hay una incineradora es muy fácil que los residuos separados acaben en la hoguera por la puerta de atrás.
Las plantas de reciclaje están funcionando viento en popa en otras latitudes, constituyendo, además, un buen negocio. Con tanto dinero público como se gasta en chuminadas varias, no estaría de más incentivar mediante ayudas y subvenciones atractivas la instalación de factorías que se encarguen de convertir la madera, el vidrio, los plásticos, los metales, el papel, etc. en nuevos bienes de consumo, así como edificar las plantas receptoras en las que se separarían los diferentes materiales y las de compostaje, para convertir en compost los residuos orgánicos, lo cual a su vez redundaría en la mejora del suelo agrario.
Desde el sector privado se están dando algunos pasos. Por ejemplo, la empresa Rodríguez Luján está a punto de inaugurar en Telde la primera planta de Canarias de reciclaje de escombros y materiales de derribo. Esto, que en principio no parece tan importante, lo es en grado sumo, ya que gracias a su actividad va a evitarse que se sigan abriendo algunas canteras y asesinando montañas, se va a restaurar el paisaje y el medio en el lugar donde se instala y van a volver a ponerse en circulación ni se sabe qué cantidad de materias primas que, de otro modo, acabarían sin control alguno en un vertedero o, lo que aún es peor, arrojadas en cualquier barranco.
Soluciones hay de sobra, pero falta decisión política y, sobre todo, sensibilidad y convencimiento por parte de un cabildo que, como el grancanario, nunca piensa más allá de la inmediatez, el dinero rápido y lo fácil.
CanariasAhora.com, 3-9-2004
Lo del vertedero que el cabildo grancanario mantiene en Juan Grande es de libro. De uno bien gordo y manoseado en el que se explique cómo no deben hacerse las cosas bajo concepto alguno. El problema acerca de qué hacer con los residuos urbanos, animales, hospitalarios, etc. es básico para cualquier administración responsable, si bien las cabezas pensantes del régimen soriásico no van más allá de su acumulación a gogó en inmundos e insalubres vertederos o al terrible y peligroso derroche de la incineración. Y esto por no hablar del olímpico desdén con el que se está tratando a los vecinos de San Bartolomé de Tirajana a través de sus autoridades locales, a las que hasta se les prohíbe el paso a las instalaciones. Menos mal que el alcalde es del pepé, que si no...
La incineración es una técnica que, por activa y por pasiva, se ha demostrado que resulta insalubre, peligrosa y, además, despilfarradora de recursos, ya que consume muchísima más energía de la que genera. Le interesa, cómo no, a las empresas constructoras y a las compañías eléctricas, que son las que sacan tajada inmediata de ella, pero repercuten de manera muy negativa en el entorno natural y social en el que se instalan. Una tonelada de residuos incinerados genera diez veces menos energía de la que se necesita para reponer los materiales quemados, y encima contamina y favorece la lluvia ácida. Por ello, tanto en Europa, como en Japón, Estados Unidos, etc. se han dado cuenta de que esta tecnología no es ni mucho menos sostenible y la están abandonando a marchas forzadas.
Metales pesados (mercurio, cadmio, plomo, cobre, berilo, arsénico, etc.) van a parar a la atmósfera y, de allí, a la cadena alimentaria y a los pulmones. Los furanos y las dioxinas son bioacumulativos y, por si fuera poco, se biomagnifican (pasan de lo vegetal a lo animal y de la presa al depredador). Los estudios indican que son cancerígenos, neurotóxicos y letales para el sistema reproductor. Claro que los propagandistas de este tipo de instalaciones les asegurarán que todo está bajo control, lo cual es radicalmente falso: si bien la tecnología ha avanzado bastante, en las universidades donde se han analizado estas cosas se estima que un diecisiete por ciento de las emanaciones y cenizas tienen un importante potencial toxicológico y no las eliminan los filtros. La incineración se limita a trasladar la contaminación de un lugar a otro, pero en absoluto es una solución, sólo un negocio para unos pocos.
Desde infinidad de ámbitos se han cansado de repetir que la solución pasa por la teoría de las tres erres, es decir, reducción, reutilización y reciclaje. Conseguir, mediante políticas activas, que se disminuya sensiblemente el volumen de residuos, por ejemplo legislando de manera coherente acerca de los sistemas de embalaje y empaquetado. Tender de nuevo hacia los envases de reposición y, en la medida de lo posible, eliminar los de usar y tirar. Concienciar a la población de verdad en la necesidad perentoria de la selección en origen y acompañarla de una verdadera política de recogida de residuos diferenciales: hoy por hoy los contenedores de plástico, papel y vidrio apenas son meros adornos y focos de insalubridad dado el poco caso que se les hace. Además, se ha demostrado que donde hay una incineradora es muy fácil que los residuos separados acaben en la hoguera por la puerta de atrás.
Las plantas de reciclaje están funcionando viento en popa en otras latitudes, constituyendo, además, un buen negocio. Con tanto dinero público como se gasta en chuminadas varias, no estaría de más incentivar mediante ayudas y subvenciones atractivas la instalación de factorías que se encarguen de convertir la madera, el vidrio, los plásticos, los metales, el papel, etc. en nuevos bienes de consumo, así como edificar las plantas receptoras en las que se separarían los diferentes materiales y las de compostaje, para convertir en compost los residuos orgánicos, lo cual a su vez redundaría en la mejora del suelo agrario.
Desde el sector privado se están dando algunos pasos. Por ejemplo, la empresa Rodríguez Luján está a punto de inaugurar en Telde la primera planta de Canarias de reciclaje de escombros y materiales de derribo. Esto, que en principio no parece tan importante, lo es en grado sumo, ya que gracias a su actividad va a evitarse que se sigan abriendo algunas canteras y asesinando montañas, se va a restaurar el paisaje y el medio en el lugar donde se instala y van a volver a ponerse en circulación ni se sabe qué cantidad de materias primas que, de otro modo, acabarían sin control alguno en un vertedero o, lo que aún es peor, arrojadas en cualquier barranco.
Soluciones hay de sobra, pero falta decisión política y, sobre todo, sensibilidad y convencimiento por parte de un cabildo que, como el grancanario, nunca piensa más allá de la inmediatez, el dinero rápido y lo fácil.
0 comentarios