El espíritu de Manrique
Alberto Cañete del Toro
CanariasAhora.com, 24-11-2004
Intentar buscar a estas alturas las razones históricas que han llevado a Canarias al callejón sin salida en el que ahora se encuentra no deja de ser una labor -amén de ardua y trabajosa- a veces incomprendida y escasamente valorada; pero no por eso menos necesaria. Si hacemos un poco de memoria, llegamos a la década de los 60, donde el desarrollismo franquista ve en el turismo la piedra filosofal de la economía autárquica, la gallina de los huevos de oro para un régimen ya en franca decadencia.
En efecto, el boom turístico inició su monocorde singladura por las Islas que salvo honrosas excepciones- cultivó una especial y exclusiva dedicación a captar foráneos que vinieran a contemplar el Jardín de las Hespérides del Atlántico, olvidando el cuidado que había que depositar en los bienes naturales que justificaban tales visitas y estancias.
Con el paso de los años, la cosecha de este monocultivo económico fue en ascenso, creando una especie de nube en la que se entronizó un sector servicios que experimentó una desmesurada sobredimensión. Ya más recientemente, el turismo ha ido decreciendo, tanto en calidad como en cantidad, pero nuestros políticos los que nos gobiernan y los que están en ese limbo llamado oposición- siguen preocupados por otros asuntos más terrenales.
No en balde, para ocuparse de éstos han malatendido a la propia población autóctona, pisoteando cuando fuera menester el derecho a disfrutar de su tierra. La especulación urbanística y la nula gestión de los recursos naturales no han hecho sino ir acelerando una agonía incurable: entre todos la mataron y ella sola se murió.
Hormigón, urbanizaciones, diques, autopistas..., han ido reduciendo nuestros parajes naturales a simples anécdotas biológicas inmersas en un mar de cemento y aluminio. Las escasas zonas donde la mano del político o del empresario desaprensivo no ha llegado aún, se conservan gracias al tesón de sus pobladores. Zonas como Masca y Taganana, en Tenerife, aunque desprotegidas por las ayudas oficiales, sobreviven aún puras por la voluntad de colectivos vecinales, juveniles y ecologistas. Y menos mal que la administración léase autonómica, insular o local- los ha dejado en paz; si no fuera así, quizá ya no existirían...
CanariasAhora.com, 24-11-2004
Intentar buscar a estas alturas las razones históricas que han llevado a Canarias al callejón sin salida en el que ahora se encuentra no deja de ser una labor -amén de ardua y trabajosa- a veces incomprendida y escasamente valorada; pero no por eso menos necesaria. Si hacemos un poco de memoria, llegamos a la década de los 60, donde el desarrollismo franquista ve en el turismo la piedra filosofal de la economía autárquica, la gallina de los huevos de oro para un régimen ya en franca decadencia.
En efecto, el boom turístico inició su monocorde singladura por las Islas que salvo honrosas excepciones- cultivó una especial y exclusiva dedicación a captar foráneos que vinieran a contemplar el Jardín de las Hespérides del Atlántico, olvidando el cuidado que había que depositar en los bienes naturales que justificaban tales visitas y estancias.
Con el paso de los años, la cosecha de este monocultivo económico fue en ascenso, creando una especie de nube en la que se entronizó un sector servicios que experimentó una desmesurada sobredimensión. Ya más recientemente, el turismo ha ido decreciendo, tanto en calidad como en cantidad, pero nuestros políticos los que nos gobiernan y los que están en ese limbo llamado oposición- siguen preocupados por otros asuntos más terrenales.
No en balde, para ocuparse de éstos han malatendido a la propia población autóctona, pisoteando cuando fuera menester el derecho a disfrutar de su tierra. La especulación urbanística y la nula gestión de los recursos naturales no han hecho sino ir acelerando una agonía incurable: entre todos la mataron y ella sola se murió.
Hormigón, urbanizaciones, diques, autopistas..., han ido reduciendo nuestros parajes naturales a simples anécdotas biológicas inmersas en un mar de cemento y aluminio. Las escasas zonas donde la mano del político o del empresario desaprensivo no ha llegado aún, se conservan gracias al tesón de sus pobladores. Zonas como Masca y Taganana, en Tenerife, aunque desprotegidas por las ayudas oficiales, sobreviven aún puras por la voluntad de colectivos vecinales, juveniles y ecologistas. Y menos mal que la administración léase autonómica, insular o local- los ha dejado en paz; si no fuera así, quizá ya no existirían...
0 comentarios