Los árboles de Gáldar
Angel Tristán Pimienta
La Provincia, 19-5-2005
Los ideólogos de los madereros de la Amazonia justifican las masivas talas diciendo que los árboles no dejan ver el bosque. En muchos países africanos la búsqueda fácil de nuevos pastos lleva la deforestación a millones de hectáreas calcinadas. La disculpa es que los árboles no se comen, lo cual es una patraña. Como ha demostrado la última Premio Nobel de La Paz, los árboles sí dan de comer si se les utiliza sabiamente. Por otra parte, algunos papanatas supuestamente ilustrados intentan combinar la defensa del medio ambiente, que en la sociedad actual viste y da lustre y prestigio, con el ´desarrollo´. Así, por ejemplo, se justifica el arboricidio masivo en los arcenes de las carreteras, por el supuesto peligro para los conductores o por la necesidad de ensanchar
los viales; pero utilizan el atajo del salvajismo: no incorporan el transplante a una segunda línea. En este supuesto, y en otros, hay teóricos de lo indígena y lo autóctono que justifican el uso de la sierra con carácter selectivo: si el ejemplar no es del país, si se trata de laureles de indias, washingtonias o
eucaliptos, entonces ´no problem´.
Todos los días desaparece algún añoso ejemplar de eucalipto, sobre el que sigue inventándose una leyenda negra y al que se le hace responsable de la caída de Constantinopla, con la disculpa de que será sustituido por flora canaria. Una estupidez, además de una majadería. Una vez en Galicia, durante un debate, se planteó esta misma cuestión. Un ecologista, militante además del BNG, ya se sabe, la autodeterminación y esas cosas, defendía la erradicación de los eucaliptales y comprendía los incendios porque eran especies foráneas; él era partidario de la tradicional fraga gallega. Uno de los contertulios se mostró inmediatamente de acuerdo, había que defender, dijo, las señas de identidad, pero, advirtió, "esta política acarrea muchos sacrificios". "Nada, se hace lo que se tenga que hacer". "Pues entonces habría que erradicar también los kiwis (quedejaban cientos de miles de millones en Pontevedra); las papas; la uva de importación.... y la fábrica de la Citröen en Vigo, con sus
más de veinte mil empleos". Dejando aparte la circunstancia de que los eucaliptos constituyen una fuente extraordinaria de supervivencia para la población rural, que explica, junto con el minifundismo de la pequeña huerta y la vaca, la ausencia de una revuelta social lógica por la situación de atraso y feudalismo en el campo.
Igual de cegatos son algunos estetas de tres al cuarto. Mediados los noventa florecía en el patio central de la Escuela Técnica de Ingenieros Industriales en el campus de Tafira un magnífico flamboyán, que desparramaba sus flores rojas como ríos de lava en una copa de diez o quince metros de diámetro. Era todo un espectáculo. Una mañana apareció el tronco serruchado. Alguien dijo que el árbol no dejaba ver la arquitectura, que tapaba la
construcción y desdibujaba las líneas. La deformación mental auspiciada por el ego o por la simplonería es tan peligrosa que ignora que el paisaje, como la civilización, como la arquitectura, se han ido transformando y haciendo con el tiempo.
Claro que esto es muy complicado para algunos personajes, como se está viendo ahora mismo en la plaza de Santiago de Gáldar. Árboles gigantescos, soberbios ejemplares, casi centenarios, han sido salvajemente talados porque, aseguran, impedían contemplar la plaza en toda su magnificencia y esplendor. Ditirambos locales
aparte, lo grave es que se le da un valor seguro al cemento pero se le niega a los árboles. Un edificio es un monumento protegido, a veces por la sola condición de los años; un árbol siempre es un estorbo, no se tiene en cuenta su valor. El término medio, que es el correcto, es el aprovechamiento de las sinergias, que convivan los árboles con los edificios, que el edificio pueda rehabilitarse, modernizarse, pintarse, reutilizarse, según los
grados de su protección, y que los laureles, igualmente, puedan ser podados inteligentemente, prudentemente, para mejorar la coexistencia con el cemento, y fortalecerlos. Eso de que "están enfermos" es una mentira como la copa de un pino, muy utilizada para que no se hable más del asunto. Pero los árboles no padecen repentinos infartos de miocardio o isquemias cerebrales. Todo el mundo se da perfecta cuenta de cuando les aparece una enfermedad.
Todos estos paletos urbanos o de monte con bastón de mando, o que van sacando el pecho detrás de los tronos, por muchos pecados que acumulen, siempre tienen explicaciones a la carta; pero van dejando tras de sí una estela de despropósitos que avergüenzan a las personas sensatas y restringen los derechos a las generaciones
futuras, que recibirán unas islas de ´diseño´ que no son las verdaderas.
Vamos a ver si poco a poco, entre el desarrollo educativo, el cultural y las directivas de la Unión Europea, de obediencia debida, y el fortalecimiento de las secciones medioambientales de las fiscalías, se consigue dejar de ser la vergüenza y el estupor de Europa en esta materia. Como dice la megafonía en los aeropuertos, por nuestro "propio interés" personal y colectivo tiene que recuperarse la sensatez y la responsabilidad.
La Provincia, 19-5-2005
Los ideólogos de los madereros de la Amazonia justifican las masivas talas diciendo que los árboles no dejan ver el bosque. En muchos países africanos la búsqueda fácil de nuevos pastos lleva la deforestación a millones de hectáreas calcinadas. La disculpa es que los árboles no se comen, lo cual es una patraña. Como ha demostrado la última Premio Nobel de La Paz, los árboles sí dan de comer si se les utiliza sabiamente. Por otra parte, algunos papanatas supuestamente ilustrados intentan combinar la defensa del medio ambiente, que en la sociedad actual viste y da lustre y prestigio, con el ´desarrollo´. Así, por ejemplo, se justifica el arboricidio masivo en los arcenes de las carreteras, por el supuesto peligro para los conductores o por la necesidad de ensanchar
los viales; pero utilizan el atajo del salvajismo: no incorporan el transplante a una segunda línea. En este supuesto, y en otros, hay teóricos de lo indígena y lo autóctono que justifican el uso de la sierra con carácter selectivo: si el ejemplar no es del país, si se trata de laureles de indias, washingtonias o
eucaliptos, entonces ´no problem´.
Todos los días desaparece algún añoso ejemplar de eucalipto, sobre el que sigue inventándose una leyenda negra y al que se le hace responsable de la caída de Constantinopla, con la disculpa de que será sustituido por flora canaria. Una estupidez, además de una majadería. Una vez en Galicia, durante un debate, se planteó esta misma cuestión. Un ecologista, militante además del BNG, ya se sabe, la autodeterminación y esas cosas, defendía la erradicación de los eucaliptales y comprendía los incendios porque eran especies foráneas; él era partidario de la tradicional fraga gallega. Uno de los contertulios se mostró inmediatamente de acuerdo, había que defender, dijo, las señas de identidad, pero, advirtió, "esta política acarrea muchos sacrificios". "Nada, se hace lo que se tenga que hacer". "Pues entonces habría que erradicar también los kiwis (quedejaban cientos de miles de millones en Pontevedra); las papas; la uva de importación.... y la fábrica de la Citröen en Vigo, con sus
más de veinte mil empleos". Dejando aparte la circunstancia de que los eucaliptos constituyen una fuente extraordinaria de supervivencia para la población rural, que explica, junto con el minifundismo de la pequeña huerta y la vaca, la ausencia de una revuelta social lógica por la situación de atraso y feudalismo en el campo.
Igual de cegatos son algunos estetas de tres al cuarto. Mediados los noventa florecía en el patio central de la Escuela Técnica de Ingenieros Industriales en el campus de Tafira un magnífico flamboyán, que desparramaba sus flores rojas como ríos de lava en una copa de diez o quince metros de diámetro. Era todo un espectáculo. Una mañana apareció el tronco serruchado. Alguien dijo que el árbol no dejaba ver la arquitectura, que tapaba la
construcción y desdibujaba las líneas. La deformación mental auspiciada por el ego o por la simplonería es tan peligrosa que ignora que el paisaje, como la civilización, como la arquitectura, se han ido transformando y haciendo con el tiempo.
Claro que esto es muy complicado para algunos personajes, como se está viendo ahora mismo en la plaza de Santiago de Gáldar. Árboles gigantescos, soberbios ejemplares, casi centenarios, han sido salvajemente talados porque, aseguran, impedían contemplar la plaza en toda su magnificencia y esplendor. Ditirambos locales
aparte, lo grave es que se le da un valor seguro al cemento pero se le niega a los árboles. Un edificio es un monumento protegido, a veces por la sola condición de los años; un árbol siempre es un estorbo, no se tiene en cuenta su valor. El término medio, que es el correcto, es el aprovechamiento de las sinergias, que convivan los árboles con los edificios, que el edificio pueda rehabilitarse, modernizarse, pintarse, reutilizarse, según los
grados de su protección, y que los laureles, igualmente, puedan ser podados inteligentemente, prudentemente, para mejorar la coexistencia con el cemento, y fortalecerlos. Eso de que "están enfermos" es una mentira como la copa de un pino, muy utilizada para que no se hable más del asunto. Pero los árboles no padecen repentinos infartos de miocardio o isquemias cerebrales. Todo el mundo se da perfecta cuenta de cuando les aparece una enfermedad.
Todos estos paletos urbanos o de monte con bastón de mando, o que van sacando el pecho detrás de los tronos, por muchos pecados que acumulen, siempre tienen explicaciones a la carta; pero van dejando tras de sí una estela de despropósitos que avergüenzan a las personas sensatas y restringen los derechos a las generaciones
futuras, que recibirán unas islas de ´diseño´ que no son las verdaderas.
Vamos a ver si poco a poco, entre el desarrollo educativo, el cultural y las directivas de la Unión Europea, de obediencia debida, y el fortalecimiento de las secciones medioambientales de las fiscalías, se consigue dejar de ser la vergüenza y el estupor de Europa en esta materia. Como dice la megafonía en los aeropuertos, por nuestro "propio interés" personal y colectivo tiene que recuperarse la sensatez y la responsabilidad.
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