Ecología y Posmodernidad
Artículo de opinión de
Joel Sangronis Padrón, Profesor UNERMB
EcoPortal.net
Esto se traduce en el ámbito tecnológico-comercial en una perenne carrera por adquirir, por consumir siempre lo nuevo, lo novedoso, lo último del mercado, carrera que no tiene fin por cuanto jamás puede ser satisfecha.
Entre los siglos XVI, XVII y XVIII la sociedad Europea va a ser sacudida por un conjunto de radicales cambios en su manera de comprender al hombre y al universo; el hombre europeo va a sufrir una serie de mutaciones paradigmáticas en sus concepciones y valores estéticos, espirituales y seculares que van a desembocar en un proceso conocido como la Modernidad.
Protagonistas principales de estas transformaciones van a ser Isaac Newton y René Descartes. El primero con el enunciado de leyes físicas universales y el segundo con sus tesis racionalistas van a modificar radicalmente la manera en que el hombre occidental se visualiza a si mismo y la forma en que se relaciona con Dios, con el resto de los hombres y con su entorno.
La razón instrumental y la ciencia positiva, experimental y reduccionista van a convertirse en los ejes del pensamiento europeo-occidental y van a producir fenómenos socio-históricos como el capitalismo, el antropocentrismo y la revolución industrial que influirán, en los siguientes siglos, en forma poderosa en el resto de la humanidad.
El hombre europeo va a ser empujado por este modelo cultural a conocer, conquistar y someter a su dominio y control al resto del mundo. El espíritu capitalista de maximizar las ganancias aunado a la tesis del progreso infinito van a servir de combustible a la expansión del mundo occidental en los siguientes 500 años.
También producto de este proceso conocido como La Modernidad va a ser la revolución industrial, pues este modelo histórico-cultural va a equiparar el concepto de progreso con el de avance o desarrollo tecnológico-industrial; así, se consagraron la eficacia y el rendimiento material como únicas vías para alcanzar el progreso, progreso que a su vez fue (y es) identificado con lo nuevo, lo novedoso como supremo valor.
Para la modernidad, es decir nuestra cultura, lo nuevo es sinónimo de mejor, de superior, por lo que toda novedad es siempre una superación, un avance que viene a llenar una carencia (real o inducida), o a completar un proyecto (individual o colectivo) que se traduce en el ámbito tecnológico-comercial en una perenne carrera por adquirir, por consumir siempre lo nuevo, lo novedoso, lo último del mercado, carrera que no tiene fin por cuanto jamás puede ser satisfecha.
Así, las ideas de progreso y desarrollo, entendidas como un crecimiento permanente e ilimitado, potenciadas por la ciencia y su hija la técnica, sumadas al insaciable deseo de acumulación material del capitalismo, han provocado la impresionante sujeción y dominio de la naturaleza por parte del hombre moderno, necesarias por lo demás para obtener de ella las materias primas indispensables para mantener el ritmo de producción-consumo-desecho inherente al espíritu de este modelo histórico-cultural.
Pero la actual crisis ambiental nos indica que este modelo liberal-industrial-productivista ya no puede perpetuarse sino ofreciendo a la vez más y peor: más destrucción, más despilfarro, más desigualdad, más exclusión, más reparaciones de las destrucciones, más programación de los individuos, más prozac para los ruidos de esas reparaciones.
El discurso ecológico ha revelado la tremenda contradicción del mito del progreso promovido por la razón técnica e instrumental de la modernidad que prometía llevar al hombre a la conquista del futuro pero que simultáneamente lleva en su seno la negación y destrucción de ese futuro.
Los discursos ecológicos y posmoderno cierran filas en torno a la propuesta de abandonar el pensamiento reduccionista, símbolo de la modernidad, cuestionando la lógica cosificadora y mercantilista del capitalismo.
El pensamiento ecológico, que sirve de fundamento al actual cuestionamiento de la legitimidad del mito del progreso y desarrollo perenne y lineal y por ende del modelo liberal-capitalista, se yergue en el horizonte como una de las principales armas con las que se libra la actual batalla ideológica entre la parte agonizante de la modernidad y el nuevo modelo civilizacional que ha de nacer como requisito indispensable para la supervivencia de la especie humana.
Joel Sangronis Padrón, Profesor UNERMB
EcoPortal.net
Esto se traduce en el ámbito tecnológico-comercial en una perenne carrera por adquirir, por consumir siempre lo nuevo, lo novedoso, lo último del mercado, carrera que no tiene fin por cuanto jamás puede ser satisfecha.
Entre los siglos XVI, XVII y XVIII la sociedad Europea va a ser sacudida por un conjunto de radicales cambios en su manera de comprender al hombre y al universo; el hombre europeo va a sufrir una serie de mutaciones paradigmáticas en sus concepciones y valores estéticos, espirituales y seculares que van a desembocar en un proceso conocido como la Modernidad.
Protagonistas principales de estas transformaciones van a ser Isaac Newton y René Descartes. El primero con el enunciado de leyes físicas universales y el segundo con sus tesis racionalistas van a modificar radicalmente la manera en que el hombre occidental se visualiza a si mismo y la forma en que se relaciona con Dios, con el resto de los hombres y con su entorno.
La razón instrumental y la ciencia positiva, experimental y reduccionista van a convertirse en los ejes del pensamiento europeo-occidental y van a producir fenómenos socio-históricos como el capitalismo, el antropocentrismo y la revolución industrial que influirán, en los siguientes siglos, en forma poderosa en el resto de la humanidad.
El hombre europeo va a ser empujado por este modelo cultural a conocer, conquistar y someter a su dominio y control al resto del mundo. El espíritu capitalista de maximizar las ganancias aunado a la tesis del progreso infinito van a servir de combustible a la expansión del mundo occidental en los siguientes 500 años.
También producto de este proceso conocido como La Modernidad va a ser la revolución industrial, pues este modelo histórico-cultural va a equiparar el concepto de progreso con el de avance o desarrollo tecnológico-industrial; así, se consagraron la eficacia y el rendimiento material como únicas vías para alcanzar el progreso, progreso que a su vez fue (y es) identificado con lo nuevo, lo novedoso como supremo valor.
Para la modernidad, es decir nuestra cultura, lo nuevo es sinónimo de mejor, de superior, por lo que toda novedad es siempre una superación, un avance que viene a llenar una carencia (real o inducida), o a completar un proyecto (individual o colectivo) que se traduce en el ámbito tecnológico-comercial en una perenne carrera por adquirir, por consumir siempre lo nuevo, lo novedoso, lo último del mercado, carrera que no tiene fin por cuanto jamás puede ser satisfecha.
Así, las ideas de progreso y desarrollo, entendidas como un crecimiento permanente e ilimitado, potenciadas por la ciencia y su hija la técnica, sumadas al insaciable deseo de acumulación material del capitalismo, han provocado la impresionante sujeción y dominio de la naturaleza por parte del hombre moderno, necesarias por lo demás para obtener de ella las materias primas indispensables para mantener el ritmo de producción-consumo-desecho inherente al espíritu de este modelo histórico-cultural.
Pero la actual crisis ambiental nos indica que este modelo liberal-industrial-productivista ya no puede perpetuarse sino ofreciendo a la vez más y peor: más destrucción, más despilfarro, más desigualdad, más exclusión, más reparaciones de las destrucciones, más programación de los individuos, más prozac para los ruidos de esas reparaciones.
El discurso ecológico ha revelado la tremenda contradicción del mito del progreso promovido por la razón técnica e instrumental de la modernidad que prometía llevar al hombre a la conquista del futuro pero que simultáneamente lleva en su seno la negación y destrucción de ese futuro.
Los discursos ecológicos y posmoderno cierran filas en torno a la propuesta de abandonar el pensamiento reduccionista, símbolo de la modernidad, cuestionando la lógica cosificadora y mercantilista del capitalismo.
El pensamiento ecológico, que sirve de fundamento al actual cuestionamiento de la legitimidad del mito del progreso y desarrollo perenne y lineal y por ende del modelo liberal-capitalista, se yergue en el horizonte como una de las principales armas con las que se libra la actual batalla ideológica entre la parte agonizante de la modernidad y el nuevo modelo civilizacional que ha de nacer como requisito indispensable para la supervivencia de la especie humana.
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