El sol trae el progreso al barranco de Guayadeque
Cuatro familias de guayadeque conocerán la energía eléctrica gracias a paneles solares
El astro salvador. Juan Martel posa orgulloso junto a los paneles que han llevado el suministro eléctrico a su casa-cueva del barranco de Guayadeque.
Noelia Rochas - Ingenio
Canarias7.es
La vida de algunos habitantes del barranco de Guayadeque, en el corazón del sureste grancanario casi no ha variado en cientos de años. Los avances tecnológicos en el aprovechamiento de la energía solar permitirán llevar el siglo XXI a cuatro familias que hasta ahora han sacrificado la electricidad en favor de la calidad de vida.
La vida de algunos habitantes del barranco de Guayadeque, en el corazón del sureste grancanario casi no ha variado en cientos de años. Los avances tecnológicos en el aprovechamiento de la energía solar permitirán llevar el siglo XXI a cuatro familias que hasta ahora han sacrificado la electricidad en favor de la calidad de vida.
Juan Martel tiene 63 años y por primera vez en su vida verá el mundial de fútbol sentado en el sofá de su casa, frente a un televisor en color, sin temor a quedarse sin imagen en el penalti más importante de la selección española.
Varias familias que viven en casas-cueva del barranco nunca han logrado tener acceso a un suministro eléctrico como el que tiene cualquier vivienda (230 voltios), por las dificultades de Unelco de hacer llegar la línea hasta emplazamientos más que complicados.
Los primeros intentos para llevar la electricidad a todos los habitantes del barranco a través de la energía solar se iniciaron hace quince años. Miguel Cazorla, uno de los vecinos que no tiene suministro en su casa, explica que la tecnología «no era como ahora y la potencia que obteníamos era muy escasa». Han tenido que esperar hasta el 2006 para conseguir que el astro rey obre el milagro y les lleve a su hogar un servicio imprescindible para la mayoría, aunque no para ellos. Demetria González nació en el corazón del barranco y sólo dejó su casa para trasladarse a la cueva de la familia de su marido, Juan. «Llevo 37 años aquí y no puedo decir que haya echado nada de menos». Sin embargo, reconoce que las cervicales ya le están jugando malas pasadas y sus hijas casadas se han ofrecido a hacerle la colada en sus casas». A pesar de todo, entre sus hijos y nietos, cada día se juntan a comer en su casa cerca de veinte personas «y nunca he tenido problemas», asegura.
necesidad. Aunque ella no echa nada en falta, la enfermedad de una de sus nietas, diabética, le ha hecho cambiar radicalmente de opinión. La necesidad de conservar en frío la medicación necesaria ha sido el motor principal que ha llevado a la familia a tomar la determinación de sumarse al progreso, costara lo que costara. Ya han estrenado su primera nevera.
A la familia Cazorla todavía no le han instalado sus paneles solares. Por el momento, se apañan con sus escasos 12 voltios que, según Miguel, el cabeza de familia, «sólo nos dan para dos o tres bombillas y para ver de noche la tele con un motor». También son familia numerosa (se juntan nueve a la mesa) pero Miguel explica que todos sus hijos trabajan fuera, «en los tomateros», y que con sus dos coches se van apañando para hacer los recados. Lo mismo ocurre con la colada y el resto de tareas diarias. Aseguran que sólo hay que organizarse.
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Juan Melgar Benìtez -