Todos contra el fuego
CanariasAhora.com 3-11-2004
Carlos G. Roy
Aunque aparentemente retorcido, el Zeñorito en ocasiones es más simple que el mecanismo de un chupete, como ha vuelto a quedar claro durante la microcrisis generada tras los incendios provocados que han hecho pasar a mejor vida a varios centenares de hectáreas en el interior grancanario. El sabio no dice lo que sabe y el necio no sabe lo que dice. Es un adagio chino que plantea una disyuntiva. Ustedes deciden; yo lo tengo claro.
Tratando de curarse en salud, el Zeñorito se plantó en el pleno de un cabildo que casi tiene amordazado alabando como un loco la capacidad de respuesta y la excelente coordinación de los efectivos antiincendios desplegados sobre el terreno. Nadie se lo había solicitado, con lo cual se colocó a sí mismo en el marrullero excusatio non petita accusatio manifesta de toda la vida. Además, el mero hecho de que tal aseveración gratuita viniera de quien venía constituía la prueba del nueve de que había gato encerrado, como así parece ser.
Vamos a ver. Los alcaldes y concejales de los municipios afectados por el fuego, los vecinos que estuvieron a punto de perderlo todo e incluso algunos miembros de las brigadas de extinción que se pronunciaron al respecto no tenían ni la más pajolera idea de lo que estaban hablando cuando, sobre el terreno y con las llamas lamiéndoles el culo, lamentaban la descoordinación imperante y la improvisación chapucera que llevó a que ardiese más terreno del que se hubiera devastado en caso de actuarse con cierta coherencia. El Zeñorito, desde su sillón, no. Él, luminaria de occidente, siempre está en posesión de la verdad absoluta, aunque no abandone el despacho salvo para hacerse la foto publicitaria de rigor al día siguiente en un entorno preparado. Él sabe, porque así lo leyó en sus bolitas mágicas, que se actuó con corrección y que de no ser por su mayestática ingerencia se hubiese extendido el fuego hasta San Borondón. Pamplinas.
Ahora se sabe que los equipos actuaron tarde, mal y de forma descoordinada. A nadie se le ocurrió pararse un minuto a estudiar las prioridades por lo que, con su mejor voluntad, cada cual se lanzó de cabeza a intervenir como dios le dio a entender, sin orden ni concierto, redundando los esfuerzos en algunos puntos y olvidando por completo otros, entorpeciéndose entre sí y, si me apuran, poniendo en peligro incluso la integridad física de quienes combatían las llamas sin tener las espaldas bien cubiertas. Y que no vengan ahora con milongas, porque la culpa de todo ello no es de quien, con mejores o peores resultados, se pelaron el culo y jugaron el tipo sobre el terreno, sino de los responsables políticos del desbarajuste, a quienes se supone una capacidad que los hechos, tozudos, se encargan de desmentir cada día.
Si en este incendio hubiese fallecido alguna persona a estas alturas estaríamos removiendo Roma con Santiago para colgarle el marrón al chivo expiatorio de turno, al tonto útil señalado por la varita mágica del Zeñorito para la inmolación. Como, por fortuna, no ha sido así, no parece que a nadie le importe demasiado el que un porcentaje significativo de nuestro ya de por sí escaso patrimonio forestal se haya hecho humo y pavesas. Tarde o temprano la Guardia Civil echará el guante a los incendiarios, no me cabe la menor duda, y los pondrá donde deben estar: en la cárcel. Pero ahí se terminará el reparto de responsabilidades, lo cual no me parece justo.
Me gustaría saber, para empezar por alguna parte, si entre el terreno calcinado existe suelo susceptible de conseguir algún tipo de recalificación una vez arrasado. Si es así, búsquese a quien benefician las llamas y tírese del ovillo, que es como pescar. Con todo, no estaría de más que, mediante los oportunos reajustes legales, alguien se encargara de asegurarse de que tal recalificación no pueda llevarse a cabo bajo concepto alguno ya que no es de recibo que cualquier desentrañado le saque rendimiento a una catástrofe que a todos nos incumbe.
Se sabe también que, por ahorrarse cuatro perras en el pago de horas extras, desde el cabildo no se desplegó sobre el terreno al personal necesario, o cuanto menos posible, para acometer con éxito el incendio. Muy bien. El Zeñorito es el responsable último de cuanto sucede en una institución que preside, pero, dicho esto, supongo que a los ciudadanos les encantaría saber, con pelos, señales, nombres y apellidos, la identidad de quienes tomaron determinadas decisiones para que las asuman por las malas dado que su vergüenza no les llega para que emane de sí mismos la única decisión honesta: pedir la dimisión y cambiarse de empleo.
Carlos G. Roy
Aunque aparentemente retorcido, el Zeñorito en ocasiones es más simple que el mecanismo de un chupete, como ha vuelto a quedar claro durante la microcrisis generada tras los incendios provocados que han hecho pasar a mejor vida a varios centenares de hectáreas en el interior grancanario. El sabio no dice lo que sabe y el necio no sabe lo que dice. Es un adagio chino que plantea una disyuntiva. Ustedes deciden; yo lo tengo claro.
Tratando de curarse en salud, el Zeñorito se plantó en el pleno de un cabildo que casi tiene amordazado alabando como un loco la capacidad de respuesta y la excelente coordinación de los efectivos antiincendios desplegados sobre el terreno. Nadie se lo había solicitado, con lo cual se colocó a sí mismo en el marrullero excusatio non petita accusatio manifesta de toda la vida. Además, el mero hecho de que tal aseveración gratuita viniera de quien venía constituía la prueba del nueve de que había gato encerrado, como así parece ser.
Vamos a ver. Los alcaldes y concejales de los municipios afectados por el fuego, los vecinos que estuvieron a punto de perderlo todo e incluso algunos miembros de las brigadas de extinción que se pronunciaron al respecto no tenían ni la más pajolera idea de lo que estaban hablando cuando, sobre el terreno y con las llamas lamiéndoles el culo, lamentaban la descoordinación imperante y la improvisación chapucera que llevó a que ardiese más terreno del que se hubiera devastado en caso de actuarse con cierta coherencia. El Zeñorito, desde su sillón, no. Él, luminaria de occidente, siempre está en posesión de la verdad absoluta, aunque no abandone el despacho salvo para hacerse la foto publicitaria de rigor al día siguiente en un entorno preparado. Él sabe, porque así lo leyó en sus bolitas mágicas, que se actuó con corrección y que de no ser por su mayestática ingerencia se hubiese extendido el fuego hasta San Borondón. Pamplinas.
Ahora se sabe que los equipos actuaron tarde, mal y de forma descoordinada. A nadie se le ocurrió pararse un minuto a estudiar las prioridades por lo que, con su mejor voluntad, cada cual se lanzó de cabeza a intervenir como dios le dio a entender, sin orden ni concierto, redundando los esfuerzos en algunos puntos y olvidando por completo otros, entorpeciéndose entre sí y, si me apuran, poniendo en peligro incluso la integridad física de quienes combatían las llamas sin tener las espaldas bien cubiertas. Y que no vengan ahora con milongas, porque la culpa de todo ello no es de quien, con mejores o peores resultados, se pelaron el culo y jugaron el tipo sobre el terreno, sino de los responsables políticos del desbarajuste, a quienes se supone una capacidad que los hechos, tozudos, se encargan de desmentir cada día.
Si en este incendio hubiese fallecido alguna persona a estas alturas estaríamos removiendo Roma con Santiago para colgarle el marrón al chivo expiatorio de turno, al tonto útil señalado por la varita mágica del Zeñorito para la inmolación. Como, por fortuna, no ha sido así, no parece que a nadie le importe demasiado el que un porcentaje significativo de nuestro ya de por sí escaso patrimonio forestal se haya hecho humo y pavesas. Tarde o temprano la Guardia Civil echará el guante a los incendiarios, no me cabe la menor duda, y los pondrá donde deben estar: en la cárcel. Pero ahí se terminará el reparto de responsabilidades, lo cual no me parece justo.
Me gustaría saber, para empezar por alguna parte, si entre el terreno calcinado existe suelo susceptible de conseguir algún tipo de recalificación una vez arrasado. Si es así, búsquese a quien benefician las llamas y tírese del ovillo, que es como pescar. Con todo, no estaría de más que, mediante los oportunos reajustes legales, alguien se encargara de asegurarse de que tal recalificación no pueda llevarse a cabo bajo concepto alguno ya que no es de recibo que cualquier desentrañado le saque rendimiento a una catástrofe que a todos nos incumbe.
Se sabe también que, por ahorrarse cuatro perras en el pago de horas extras, desde el cabildo no se desplegó sobre el terreno al personal necesario, o cuanto menos posible, para acometer con éxito el incendio. Muy bien. El Zeñorito es el responsable último de cuanto sucede en una institución que preside, pero, dicho esto, supongo que a los ciudadanos les encantaría saber, con pelos, señales, nombres y apellidos, la identidad de quienes tomaron determinadas decisiones para que las asuman por las malas dado que su vergüenza no les llega para que emane de sí mismos la única decisión honesta: pedir la dimisión y cambiarse de empleo.
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