Primera víctima en Canarias del ataque de una especie animal introducida
La Provincia, 14-7-2005
José Miguel Ventura Ascanio subió el 11 de marzo a Portada Verde, Santa Brígida, a orear la casa de su madre. Abrió ventanas, movió cortinas, y allí amaneció el domingo con un pequeño pinchazo en la mano izquierda. "Un mosquito", pensó. Tres días después la herida siguió dando la lata. Y "el jueves pego a sentirme mal y perdí la noción de lo que pasaba".
Hoy, cuatro meses después de aquella picada, Ventura ha perdido las dos piernas hasta un poco más abajo de las rodillas. Casi todos los dedos de su mano derecha y parte de la izquierda y además, durante un largo periodo, entró en coma y el corazón, el riñón, los pulmones y el hígado se pararon bajo una septicemia general. Así actúa el veneno de la Loxosceles, una araña que tiene varias especies y que en concreto, la que mordió a Ventura, conocida también como araña chilena o de los rincones, fulmina a su receptor cuando inocula la toxina a la sangre.
El biólogo Francisco Sosa Saavedra afirma que hay varias especies de esta araña, la citada, que se conoce como Loxosceles reclusa; la Loxosceles latea, o la Loxosceles rufescens, son las más conocidas. Esta última es la causante de cinco o seis casos anuales en la Península, ya que es la única originaria del Mediterráneo, pero está aquí. En La Palma, en Fuerteventura y, desde hace muy poco tiempo, en Gran Canaria, donde el propio Sosa descubrió la primera en San Mateo, muy cerca de Portada Verde.
De esto no tenía ni idea José Miguel, al menos conscientemente, porque es cuando entra en coma en el hospital doctor Negrín cuando repite en su pesadilla que "es por el bicho". Lo repite tanto que pone en alerta al servicio médico. Así le preguntan a su mujer, Irene Falcón, si le encuentra explicación: "Y recordé el pinchazo".
Los análisis dieron con una infección por estreptococos, pero detrás del cuadro, estaba la verdadera causa del desastre: el veneno de la especie reclusa. Aquel primer viernes después de su visita a Santa Brígida el veneno ya había irradiado a José Miguel. No podía apenas respirar. Perdió el conocimiento y no tenía fuerzas ni para caminar por el pasillo de su casa. "Caminaba a duras penas y me asaban las piernas por dentro", recuerda.
"Así me llevaron al centro de salud de Arucas, entre vómitos, una fiebre alta y un fuerte dolor de estómago". Pero fue al día siguiente, sábado, cuando ya pensó que moría. La ambulancia lo recoge en casa y lo ingresan en el hospital de Gran Canaria. El cuerpo se colapsó, y si no es por aquella pesadilla en la que repetía lo "del bicho" los médicos no localizan el antídoto. Mientras, también dan con la araña en la casa de su madre. La matan y, dicen, la mandan a un instituto de Barcelona, que no ha dado más noticias del hecho. Ventura coge resuello, una vez inyectado el antídoto. "Pero lo peor está por explicar", subraya Falcón, con terror en los ojos. "A las tres semanas y pico", recita el que fuera hasta marzo un buen albañil, "me entero de algo..., pero ya había empezado la necrosidad". El veneno ataca las extremidades, emponzoña los miembros, "y la mano derecha de repente se le quedó como un guante negro, vacío, que sólo colgaba de la muñeca..." Luego fue una pierna. Después la otra.
Y más tarde le abrieron la pelvis y le introdujeron lo que quedaba de mano derecha en la herida durante tres semanas "para que criara allí dentro el hueso y la carne". Y ya van cuatro operaciones. Injertos, mutilaciones y "lo peor, unas curas muy dolorosas". El día 25 que viene tiene otra. "Lo que hacía ya no sirve de nada: porque he quedado como un pájaro sin sus alas", resuella apenas mientras se pone a recordar los días de playa con sus dos pequeños, Alain y Aarón, que juntos con su suegra -Josefa Almeida, que es un cielo de suegra-, le regala un mimo.
Pero la pregunta que ronda en la casa es qué hace una araña originaria de Chile -y que medra con fatales consecuencias también desde Perú a Argentina-, en pleno Santa Brígida. Unos apuntan a las importaciones de fruta del país andino. Otros a la inoperancia para retener plagas en Aduanas, y la familia señala a Sanidad Exterior y su responsabilidad para catalogar con eficacia las enfermedades ´importadas´, disponer de un catálogo de antídotos y buscar al responsable de la introducción de esta especie. Y de otras, como las serpientes, que, como dice el biólogo Sosa Saavedra, es un potencial peligro que requiere de más control aduanero y de tratamientos disponibles. Hoy sólo el Ayuntamiento de Arucas y los amigos le prestan una inestimable ayuda, pero nadie más. Pero "alguien la trajo, alguien la dejó pasar y alguien tiene que pagar".
José Miguel Ventura Ascanio subió el 11 de marzo a Portada Verde, Santa Brígida, a orear la casa de su madre. Abrió ventanas, movió cortinas, y allí amaneció el domingo con un pequeño pinchazo en la mano izquierda. "Un mosquito", pensó. Tres días después la herida siguió dando la lata. Y "el jueves pego a sentirme mal y perdí la noción de lo que pasaba".
Hoy, cuatro meses después de aquella picada, Ventura ha perdido las dos piernas hasta un poco más abajo de las rodillas. Casi todos los dedos de su mano derecha y parte de la izquierda y además, durante un largo periodo, entró en coma y el corazón, el riñón, los pulmones y el hígado se pararon bajo una septicemia general. Así actúa el veneno de la Loxosceles, una araña que tiene varias especies y que en concreto, la que mordió a Ventura, conocida también como araña chilena o de los rincones, fulmina a su receptor cuando inocula la toxina a la sangre.
El biólogo Francisco Sosa Saavedra afirma que hay varias especies de esta araña, la citada, que se conoce como Loxosceles reclusa; la Loxosceles latea, o la Loxosceles rufescens, son las más conocidas. Esta última es la causante de cinco o seis casos anuales en la Península, ya que es la única originaria del Mediterráneo, pero está aquí. En La Palma, en Fuerteventura y, desde hace muy poco tiempo, en Gran Canaria, donde el propio Sosa descubrió la primera en San Mateo, muy cerca de Portada Verde.
De esto no tenía ni idea José Miguel, al menos conscientemente, porque es cuando entra en coma en el hospital doctor Negrín cuando repite en su pesadilla que "es por el bicho". Lo repite tanto que pone en alerta al servicio médico. Así le preguntan a su mujer, Irene Falcón, si le encuentra explicación: "Y recordé el pinchazo".
Los análisis dieron con una infección por estreptococos, pero detrás del cuadro, estaba la verdadera causa del desastre: el veneno de la especie reclusa. Aquel primer viernes después de su visita a Santa Brígida el veneno ya había irradiado a José Miguel. No podía apenas respirar. Perdió el conocimiento y no tenía fuerzas ni para caminar por el pasillo de su casa. "Caminaba a duras penas y me asaban las piernas por dentro", recuerda.
"Así me llevaron al centro de salud de Arucas, entre vómitos, una fiebre alta y un fuerte dolor de estómago". Pero fue al día siguiente, sábado, cuando ya pensó que moría. La ambulancia lo recoge en casa y lo ingresan en el hospital de Gran Canaria. El cuerpo se colapsó, y si no es por aquella pesadilla en la que repetía lo "del bicho" los médicos no localizan el antídoto. Mientras, también dan con la araña en la casa de su madre. La matan y, dicen, la mandan a un instituto de Barcelona, que no ha dado más noticias del hecho. Ventura coge resuello, una vez inyectado el antídoto. "Pero lo peor está por explicar", subraya Falcón, con terror en los ojos. "A las tres semanas y pico", recita el que fuera hasta marzo un buen albañil, "me entero de algo..., pero ya había empezado la necrosidad". El veneno ataca las extremidades, emponzoña los miembros, "y la mano derecha de repente se le quedó como un guante negro, vacío, que sólo colgaba de la muñeca..." Luego fue una pierna. Después la otra.
Y más tarde le abrieron la pelvis y le introdujeron lo que quedaba de mano derecha en la herida durante tres semanas "para que criara allí dentro el hueso y la carne". Y ya van cuatro operaciones. Injertos, mutilaciones y "lo peor, unas curas muy dolorosas". El día 25 que viene tiene otra. "Lo que hacía ya no sirve de nada: porque he quedado como un pájaro sin sus alas", resuella apenas mientras se pone a recordar los días de playa con sus dos pequeños, Alain y Aarón, que juntos con su suegra -Josefa Almeida, que es un cielo de suegra-, le regala un mimo.
Pero la pregunta que ronda en la casa es qué hace una araña originaria de Chile -y que medra con fatales consecuencias también desde Perú a Argentina-, en pleno Santa Brígida. Unos apuntan a las importaciones de fruta del país andino. Otros a la inoperancia para retener plagas en Aduanas, y la familia señala a Sanidad Exterior y su responsabilidad para catalogar con eficacia las enfermedades ´importadas´, disponer de un catálogo de antídotos y buscar al responsable de la introducción de esta especie. Y de otras, como las serpientes, que, como dice el biólogo Sosa Saavedra, es un potencial peligro que requiere de más control aduanero y de tratamientos disponibles. Hoy sólo el Ayuntamiento de Arucas y los amigos le prestan una inestimable ayuda, pero nadie más. Pero "alguien la trajo, alguien la dejó pasar y alguien tiene que pagar".
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vidina -