El árbol, un amigo ineludible
Juan José Laforet
La Provincia, 29-7-2006
Los árboles, al llegar estos días del verano con sus insistentes calores, nos muestran de forma más fehaciente su grata, benéfica y generosa protección. Sin embargo, esta presencia del árbol, de todos los árboles, sin distinción de especie, forma u apariencia, en nuestras vidas, en cada uno y todos los minutos de nuestra existencia es constante e, incluso, ineludible, pese a que hoy muchos parecen pensar lo contrario (aunque realmente, cuando se producen actitudes tan agresivas e incivilizadas hacia los árboles, lo que ocurre es que quienes las protagonizan en realidad "no piensan", y tienen detenidas las capacidades más básicas de sus neuronas más fundamentales, las que rigen o alimentan el instinto de supervivencia del ser humano).
Tiemblo, muchos temblamos, que es una de las manifestaciones más propias de la naturaleza humana ante un peligro inminente, cuando vemos como casi todos los días cae más de un árbol en jardines que ceden sitio a nuevas viviendas, o que simplemente se despejan de todo rastro vegetal para dar paso a una "higiénica" e insípida loza, de fácil y rápida limpieza, en los bordes de las carreteras, que con los años se han caracterizado con la presencia de unos árboles que les han dado un carácter, una idiosincrasia, un ambiente grato para quienes deben transitarlas a diario por el motivo que sea, en parterres o incluso en pequeños arriates, donde pequeños arbolitos, heroicos y estoicos, sobreviviendo en su escaso lecho, nos regalaban con su gratísima presencia, símbolo de vida, de nuestra condición humana que no puede renunciar a la naturaleza, o cuando los muchas veces intencionados fuegos estivales arrasan superficies de arboledas (aunque sería igual de triste si sólo se quemara uno) que, tras un lentísimo germinar de siglos, la madre tierra nos regaló para nuestro disfrute y para que la vida fuera posible en este planeta. Por eso tiemblo, pues aunque muchos no quieran aceptarlo, sin árboles no hay vida; con cada árbol que cae se acaba un poquito nuestra posibilidad de vida sobre esta hermosa esfera azul en la que vivimos.
Gran Canaria no puede ser ajena a sus árboles, pues son parte inseparable de su ser natural, de su historia, de sus símbolos y de su personalidad. En el siglo XVI Bartolomé Carrasco de Figueroa, en su poema "Gran Canaria", ya cantaba a sus frondosos bosques, a sus muy dispares especies arbóreas, para resaltar la imagen singular de esta isla, señalando como "Aquí sustenta Apolo sus laureles; su enamorada yedra, Cipriano; Mercurio, antiguas hierbas y noveles de gran virtud para la vida humana; los altos tiles, verdes capiteles con mil diversos árboles, Diana; y tú, sagrada palma, tanto subes que tienes competencia con las nubes". Sin embargo, aquellos bosques, umbrosos y extensos, poco a poco fueron talados y apenas nos quedan hoy pequeños recuerdos de su existencia, que deben ser sagradas reliquias, intocables testigos de lo que el árbol fue para nuestros antepasados y los que debe significar en el futuro de los grancanarios, pues parece que existe un sentimiento arboricida que prevalece al amor al árbol que predicó insistentemente Francisco González Díaz, nuestro isleño "apóstol del árbol", o aquellos periodistas insulares que, en el siglo XIX, hablaban en sus escritos no del Monte Lentiscal, sino del "ex Monte Lentiscal", como una clara denuncia de la continua y pertinaz tala de todo árbol a la que se sometía a zonas de la isla tan privilegiadas como ésta.
¿Qué nos pasa? ¿Qué nos ocurre? ¿Por qué esa sinrazón frente al árbol? ¿Por qué preferimos el esquelético panorama de carreteras, calles y jardines sin árboles, cuando es patente su benéfica influencia en todos los ordenes de la vida? No sé; en fin, en estos días de julio, en los que es frecuente el paseo al atardecer, a la sombra de arboledas, de alamedas umbrosas, bajo los árboles que circundan caminos y carreteras, recordaría lo que nos enseñó González Díaz, cuando nos pedía que viéramos al árbol como a un buen amigo, "? uno de esos amigos que le son fieles, que lo son a toda prueba, que lo son hasta la muerte y aún más allá de la muerte, porque el árbol, aún después de muerto, sigue dispensándonos beneficios y favores".
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