¿Para cuándo un petróleo bueno, bonito, barato... y 'verde'?
8 Cinco Días
7 de agosto de 2006
Los especialistas reconocen que, en cuestión de biocarburantes, es difícil distinguir las expectativas razonables de las proyecciones más extravagantes
Lucas Vermal
Una cosa es segura: 'No hay petróleo para siempre y quienes mejor lo saben,' ya que los datos oficiales sobre las reservas fósiles disponibles estarán siempre bajo sospecha, 'son los propios productores, tanto países como empresas.' Eso explicaría, a juicio de Heikki Willstedt, especialista de la ONG WWF-Adena, el creciente interés de las petroleras por un negocio al que hasta hace poco miraban de reojo, como si fuera una excentricidad ecologista. Los biocarburantes, la fuente de energía 'limpia' de mayor proyección, parecen destinados a dejar de ser un coto reservado a pequeñas empresas pioneras.
Sólo en España, Repsol YPF y Acciona, por un lado, y Santander e Isolux, por el otro, han aunado esfuerzos y dineros en los últimos meses para construir sendas plantas de producción de biodiésel, con inversiones iniciales que rondaban los 300 millones de euros en cada caso. Las restricciones del Protocolo de Kioto a la emisión de gases de efecto invernadero y la directiva europea sobre el uso de biocarburantes en el transporte -la Comisión ha establecido una cuota mínima obligatoria de mercado del 5,75% para 2010- garantizan una salida comercial, al menos por un tiempo, a quienes se embarquen en el sector.
'La idea es ir hacia la sustitución', opina Manuel Bustos, director de biocarburantes de la Asociación de Productores de Energías Renovables (APPA). Al calor de estos cambios y de la creciente popularidad de cuestiones medioambientales, como el calentamiento global, no falta quien plantea seriamente la sustitución plena del petróleo por nuevas fórmulas energéticas reputadas limpias, baratas y eficientes. Bustos no descarta cierta audacia interesada por parte de empresas o científicos necesitados de financiación a la hora de cuantificar las posibilidades energéticas de sus girasoles, algas o palmas, pero pide que no se tire al bebé con el agua del baño: 'no es justo que se le exija más a los biocarburantes que a la energía atómica o al petróleo'.
Eso no despeja, en opinión de Willstedt, ciertas dudas razonables sobre la viabilidad comercial del llamado petróleo verde. 'En el estado actual de la ciencia no se podría sustituir el petróleo fósil aunque se dedicaran todas las áreas cultivables del planeta' a la producción de hortalizas con fines energéticos. Todo depende de los logros de la investigación científica en los próximos años, 'incluyendo la manipulación genética'.
Sobre la revolución energética prometida hace dos semanas por una empresa española, BFS, que trabaja con microalgas, se muestra más que cauto: 'nada es imposible', admite, si se encuentra o genera la 'especie exacta de microalga apta para un cultivo industrial masivo'. Pero las proyecciones faraónicas avanzadas por la compañía -sustitución plena del petróleo gracias a estas algas, en un plazo relativamente corto y a buen precio- le recuerdan a las expectativas desmedidas que rodearon en su día al proyecto del coche de aire comprimido, entre otros artefactos sugerentes. Aun así, justifica los posibles excesos aduciendo las necesidades de financiación de un sector que, en comparación con sus posibilidades futuras, sigue en vías de investigación y desarrollo.
Willstedt mantiene, asimismo, ciertas reservas sobre las repercusiones medioambientales de una comercialización a gran escala: 'Se dice que los biocombustibles son sostenibles pero hay que analizar en qué casos logramos un recorte neto de emisiones de dióxido de carbono y en cuáles no'. Y cita, a modo de ejemplo, los millones de hectáreas tropicales taladas y dedicadas a monocultivos como la palma o la caña de azúcar para engordar a la nueva industria energética: 'Todo es un problema de escala'.
Para ilustrar las previsibles contradicciones de la industria energética alternativa, Willstedt recurre al ejemplo del hidrógeno, una idea antigua, que ya tentó a Julio Verne hace más de un siglo -'el carbón del futuro' lo llamó- y ha dado mucho que hablar en la última década. 'Imagínese a los más de 700 millones de coches que hay en la tierra emitiendo vapor de agua, uno de los gases de mayor efecto invernadero. Madrid, con sus atascos, podría convertirse en un microclima del estilo de Miami', dice medio en broma, medio en serio. 'No lo sabemos'.
Aunque tampoco se atreve a descartar que alguien dé con la 'panacea energética' -las microalgas son sólo el último grito de una larga serie-, Bustos considera que la diversificación de fuentes energéticas reduce considerablemente el riesgo de desequilibrios ecológicos -y políticos, como en el caso del petróleo- derivados de la explotación masiva y de la dependencia total de una única materia prima.
Hacia una agricultura energética
La cantidad de aceite que se puede extraer de la soja, la colza, el girasol, las algas o la palma para producir biodiésel es ínfima en comparación con las cantidades de petróleo que tragan día a día los vehículos y maquinarias de todo el mundo. Lo mismo puede decirse del bioetanol, un alcohol obtenido mediante fermentación de azúcares o cereales. Pero, los productores de biocarburantes creen que es cuestión de tiempo.
Para Manuel Bustos, del APPA, la clave está en la agricultura, que 'lleva milenios seleccionando sus hortalizas de acuerdo con las necesidades alimenticias. La selección de especies energéticamente interesantes llevará su tiempo pero dará sus frutos'.
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