Los límites del conocimiento científico y sus repercusiones sociales : el pensamiento de algunos sectores ecologistas
Francisco Castejón
Página Abierta, mayo de 2004, n. 148
El conocimiento científico, sus contenidos y cómo se elabora tienen una gran influencia sobre la sociedad y sobre el pensamiento. El método científico goza de un gran prestigio como forma de conocimiento, y a menudo asistimos a discusiones sobre si tal o cual forma de aproximarse a la realidad es o no científica.
Además de en los ámbitos académicos, la ciencia y la técnica tienen una poderosa influencia sobre nuestra forma de vida, puesto que vivimos en una sociedad muy tecnificada que ha alterado severamente, para bien y para mal, el medio físico. La ciencia y la técnica nos permiten separarnos de las ataduras de la Naturaleza; nos ayudan, por ejemplo, a combatir la enfermedad o a vivir en un mundo con menos amenazas. El gran desarrollo cultural que ha alcanzado la humanidad, aunque mal repartido y a menudo peor enfocado, es otro de los logros humanos a los que han contribuido la tecnología y el conocimiento científico.
Pero también el uso de la tecnología y la forma en que se aplica el conocimiento científico acarrean efectos negativos. Hemos visto cómo aparecen algunos problemas sanitarios modernos, que antes no existían, por un uso indebido de ciertas técnicas. Por ejemplo, el mal de las vacas locas, que se debe a la alimentación de tales animales a base de harinas cárnicas. Esta forma de alimentar a las vacas favorecía su rápido crecimiento y, además, permitía el reciclado de proteínas que, de otra forma, se perderían. Sin embargo, la enfermedad viene a frustrar este empeño. Y es posible encontrar muchos más ejemplos de problemas generados por un uso extensivo y equivocado de ciertas técnicas que, finalmente, tienen efectos negativos sobre la salud de las personas: la contaminación del aire generada por los tubos de escape de los coches, la contaminación química que se produce en la elaboración de ciertos bienes, las afecciones que causan los procesos de generación y uso de la energía, etc.
Algunos de los impactos ambientales del uso extensivo de la tecnología superan el marco local donde se producen y tienen efectos sobre toda la biosfera. La aparición de fenómenos como el cambio climático permiten que se pueda afirmar que nuestro estilo civilizador está generando lo que se ha dado en llamar crisis ecológica.
La solución de muchos problemas ecológicos de esta índole o, incluso, la mera evaluación de su alcance demandan más conocimiento científico. Sin embargo, en el tratamiento de muchos problemas la ciencia ha alcanzado su límite y no es capaz de predecir con certeza lo que va a suceder ni, mucho menos, de proponer soluciones. Además del cambio climático, podemos señalar las lluvias ácidas o el ejemplo de las mareas negras, que se citó en el artículo (1) que pretende apostillar este texto.
Los límites del conocimiento científico
El propio estado del desarrollo de las ciencias y la tecnología es el primer límite del conocimiento científico. El conocimiento llega hasta donde llega, y no más allá. No podemos aspirar a obtener respuestas técnicas para algunos problemas que la comunidad científica no ha resuelto o que ni siquiera se ha planteado. Sorprende, por ejemplo, el desconocimiento de las propiedades físicas y químicas del fuel que transportaba el Prestige cuando se hundió, a pesar de que cientos de barcos surcan los mares con miles de toneladas de tal sustancia. A menudo, en el mundo moderno, aparecen preguntas que caen en la zona gris del conocimiento o, directamente, sus respuestas son desconocidas.
El carácter siempre provisional de las verdades científicas (2) es otro límite inherente a este tipo de conocimiento, por su propia naturaleza. La acumulación de experiencias que contradicen una teoría determinada darán al traste, finalmente, con esa teoría, dejando lugar a otra nueva. Según dijo Thomas Khun (3), la acumulación de anomalías acabará con un paradigma, o sea, con un conjunto de conocimientos y una visión de la realidad de la Naturaleza, dejando lugar a un nuevo paradigma. La visión de Popper sobre las teorías científicas, que han de ser falsables, incide también en este hecho. Una verdad científica se sustenta hasta que se demuestra que no era verdad, hasta que finalmente aparecen resultados experimentales que la contradicen.
Muchos de los problemas a los que los expertos se enfrentan hoy en día son muy complejos. Tienen múltiples facetas y son multidisciplinares, por lo que requieren la participación de múltiples expertos de diferentes especialidades. A menudo se exigen respuestas rápidas en situaciones en las que el estado del conocimiento no es capaz de darlas. En estas situaciones aparecen numerosas dificultades de coordinación, con la aparición de posibles desacuerdos que dificultarán más el avance hacia la solución del problema. Además, las posibles decisiones que han de tomarse no son unidireccionales, lo que obliga a elegir entre un tipo de actuaciones u otras. Los bienes que se deben proteger son a menudo inconmensurables, por lo que es imposible elegir bajo premisas objetivas. Esto se puso de manifiesto durante la catástrofe del Prestige, por ejemplo, en la elección de las técnicas de limpieza del fuel: la limpieza de los acantilados obliga a devolver el fuel al mar y, por tanto, hay que elegir qué se prefiere, si esperar a que los acantilados se limpien de forma natural o verter algo de fuel a las aguas, que lo depositarán en otros sitios.
En el tratamiento de algunos problemas se puede dar la interacción con sistemas muy complejos, como la sociedad, la economía o el sistema político administrativo. Aquí la búsqueda de certezas es una tarea ardua. La construcción de predicciones sin dejar hueco para la incertidumbre puede dar lugar a errores que, tarde o temprano, saldrán a la luz, con el consiguiente desprestigio del predictor. Y lo que es peor, las personas que le hayan creído se sentirán engañadas y las medidas tomadas a partir de esas predicciones pueden no tener el efecto corrector deseado. Dicho sea de paso, poco hueco queda para el determinismo de la evolución de la historia humana.
Más que por los embates posmodernos procedentes de pensadores como Latour o Woolgar (4), la ciencia normal incorpora esta visión de los problemas por su propio careo con la incertidumbre y el hallazgo de problemas complejos, no lineales y difícilmente predecibles. La incertidumbre aparece como una característica inevitable de algunas disciplinas científicas: Física estadística, Mecánica cuántica, Ciencias de la complejidad y el caos, etc. En algunos países aparecen centros de investigación interdisciplinares que atacan este tipo de problemas. Por otra parte, la filosofía y la sociología de la ciencia atacan la reflexividad de los problemas científicos y tratan de superar la barrera que las separa del método y, sobre todo, del lenguaje científico.
En el campo meramente científico, las ciencias de la complejidad toman cada vez más protagonismo, y con el apoyo de la filosofía, las comunidades científicas se vuelven más permeables a otro concepto de verdad científica, aunque todo esto ocurra muy lentamente y todavía en ejemplos concretos. La comunidad científica no es especialmente flexible ni dada a los cambios fáciles. La inercia es muy grande, precisamente por el apego que tienen los científicos a su conocimiento, que les permite seguir su actividad de producción de ciencia normal, en el sentido de Khun: las actividades de la ciencia normal son las que se producen bajo un paradigma y que no conducen a la invalidación de ese paradigma. El desarrollo de la ciencia normal es justo el que va a permitir generar tecnología y aplicar los conocimientos a la vida cotidiana.
En las situaciones de riesgo, suele actuar la llamada ciencia posnormal (5), formada por un conjunto de conocimientos que todavía no constituyen un paradigma, con lo que se camina por terrenos pantanosos, o también hay problemas que caen debajo de la égida de la ciencia normal, pero para los que ésta aún no ha encontrado soluciones apropiadas.
Las respuestas sociales ante la incertidumbre
Las incertidumbres del conocimiento científico afectan, como ya se ha dicho, a la sociedad. Ésta ha de desarrollar estrategias para enfrentarse a los nuevos riesgos procedentes tanto de la aplicación de la tecnología como de la Naturaleza, con los que ha venido conviviendo desde siempre.
Una primera estrategia inteligente es la aplicación del principio precautorio, que consiste en impedir las actividades que conduzcan a riesgos. Si existen incertidumbres sobre los efectos de una determinada acción, lo mejor es no realizarla. Así formulado, resulta eficaz, pero este principio no deja de presentar algún problema. Su aplicación en exceso puede conducir a la parálisis, puesto que siempre habrá riesgos e incertidumbres en el conocimiento de los sistemas complejos. Algunos de los límites del conocimiento científico apuntados anteriormente son inevitables. Hay que vivir con ellos. El principio precautorio llevado a sus últimas consecuencias nos conduciría a la inaplicabilidad de muchas tecnologías.
Hay que decir, sin embargo, que en algunas situaciones de riesgo no existe tal problema y que es posible vislumbrar qué hacer. Me refiero, por ejemplo, al problema del cambio climático. Existen numerosas incertidumbres sobre cuán avanzado está el proceso de cambio del clima y sobre su evolución futura. Pero se sabe a ciencia cierta que los gases de invernadero son uno de los factores que regulan el clima de la Tierra y también se sabe que la concentración de estos gases en la atmósfera ha aumentado por la actividad humana. El principio precautorio no deja lugar a dudas en este caso, y lo más sensato es tomar medidas para reducir esas emisiones, aunque ello implique introducir profundos cambios en nuestras vidas.
La participación ciudadana es otra buena solución ante la incertidumbre. Es la salida que más se ajusta a los principios éticos y también la más democrática. Si no hay suficientes elementos de juicio para abordar el problema con plena certidumbre, al menos lo más democrático es que las personas que van a sufrir las consecuencias de una determinada decisión puedan opinar. Igualmente, si las medidas que han de adoptarse dependen fuertemente del enfoque cultural y de los valores, la mejor guía es tener en cuenta a la comunidad. Esta propuesta presenta también claroscuros. En primer lugar, el tejido social es a menudo muy débil para intervenir eficazmente en la toma de decisiones o, siquiera, para ser consultado por los poderes públicos. Si bien es verdad que, en ocasiones de crisis, la sociedad es capaz de demostrar un gran vigor, como ocurrió con la población gallega en el caso del hundimiento del Prestige.
La apuesta por aumentar la participación presenta también otro problema para ser una buena salida ante las situaciones de incertidumbre: las asociaciones o los agentes sociales que actúen de mediadores necesitan de asesoría para intervenir de forma sensata. Será necesario realizar un esfuerzo por vulgarizar el conocimiento científico porque, de otra forma, sólo queda la confianza en los expertos. Claro que, en todo caso, las asociaciones ciudadanas siempre tienen la posibilidad de aportar sus propios expertos de confianza para que intervengan en el debate sobre las posibles actuaciones o para que hagan un seguimiento de las medidas que se toman. Podemos encontrar ya algunas experiencias en el mundo de este tipo de acciones. Por ejemplo, en Bélgica existen dos proyectos para contar con la participación ciudadana en relación con las decisiones que se deben tomar acerca de la instalación de un cementerio de residuos de media y baja radiactividad procedentes del complejo nuclear belga Mol. Son los proyectos Stola y Moa, donde están representados asociaciones ciudadanas y partidos políticos, a los que se informa y consulta sobre todos los pasos que se dan.
El pensamiento de algunos sectores ecologistas
El pensamiento ecologista se basa, necesariamente, en el conocimiento científico, puesto que considera las relaciones entre la sociedad y el medio. Por ello, el pensamiento ecologista necesita el conocimiento del medio tanto como la información sobre los comportamientos sociales. El pensamiento ecologista es, entonces, uno de los afectados por los límites del conocimiento científico desarrollados en este trabajo y que deberían ser tenidos en cuenta.
Sin embargo, algunos sectores ecologistas son impermeables a las incertidumbres y producen un pensamiento que no tiene en cuenta éstas y los límites del conocimiento científico. Para empezar, la visión que tienen de la ciencia y de los procesos que suceden en la Naturaleza son demasiado anticuados y mecanicistas; una visión heredera de las ideas del siglo XIX, cuando las ciencias eran deterministas y no dejaban lugar a la incertidumbre, salvo en la respetable excepción de la termodinámica.
Algunos sectores del ecologismo se empeñan, hoy en día, en una búsqueda incesante de certezas, tanto si el estado actual del conocimiento lo permite como si no. Ignoran las aportaciones no deterministas de las ciencias y pasan por alto la existencia del caos, la incertidumbre y la complejidad. El determinismo se extiende también a las predicciones del devenir de la sociedad. Algunos pensadores ecologistas se aventuran a hacer predicciones en campos donde los procesos son muy complejos para permitir saber hacia dónde conducen. A menudo, buscan una única causa que explique lo que se observa, a pesar de que, como las ciencias modernas van comprendiendo, con frecuencia existen múltiples causas que sólo juntas pueden explicar lo que sucede. Un ejemplo de esto es el intento de explicar todo lo que ocurre en el mundo a partir de los procesos económicos. Se atribuye al poder económico (socialista o capitalista) la responsabilidad de todos los desaguisados ambientales, sin tener en cuenta el complejo devenir social, que incluye cambios en el consumo, en la cultura, en la ciencia y la tecnología.
Una consecuencia extrema del determinismo es el catastrofismo. Las ideas catastrofistas tienen mucho éxito entre el ecologismo, por dos causas. En primer lugar, existe el motivo bienintencionado de quienes piensan que las ideas catastrofistas pueden resultar movilizadoras, sin tener en cuenta los problemas que esto conlleva. Se predica la catástrofe basándose en certezas que no existen, por lo que el tiempo acaba poniendo a cada cual en su sitio. Si alguien predice que algo va a ocurrir en un determinado lapso de tiempo y tal cosa no sucede, pierde credibilidad y demuestra la debilidad de sus planteamientos, con lo que, finalmente, pierde capacidad movilizadora y de influencia social.
Existen varios ejemplos de catástrofes auguradas por algunos sectores del ecologismo y no cumplidas o, al menos, no cumplidas en la forma en que se decía. Por ejemplo, a principios de los noventa se decía que la población mundial se había disparado y que en el año 2000 alcanzaría los 10.000 millones de habitantes, y que se duplicaría cada 10 años. En la actualidad, la población es de unos 6.000 millones de habitantes y la tasa de crecimiento es tal que se duplica cada 50 años. No es que el crecimiento de la población no sea un elemento a tener en cuenta a la hora de estudiar impactos ambientales o reparto de recursos, pero no era un factor de consecuencias tan terribles a corto plazo como se decía.
El segundo motivo tiene algo de resentimiento social. Es como si, en el fondo, se sintiera cierta alegría ante los problemas irresolubles que el sistema debe afrontar. Ya que ni los gobernantes toman las medidas necesarias ni la sociedad cambia su forma de vida, aparece un deseo oculto de que sufran las consecuencias de sus actos.
Sin embargo, se defiende la incertidumbre cuando se adapta al mensaje que se quiere transmitir. Por ejemplo, la oposición a la biotecnología se basa en las incertidumbres que rodean tal actividad. En relación con ésta, algunos sectores ecologistas piden la interrupción de todas las actividades relacionadas con la manipulación genética, incluidas las investigaciones. Y esto a pesar de que en algunos casos los riesgos están controlados y, previsiblemente, la actividad puede aportar un bien para la sociedad a medio plazo.
El problema de fondo es que, con mucha frecuencia, el conocimiento de la ciencia se distorsiona o se niega para plegarlo a lo políticamente correcto, a la necesidad de hacer un discurso de combate. Si el conocimiento científico no conviene a nuestros fines, lo ignoramos.
El ecologismo a menudo atribuye la responsabilidad de las afecciones sobre el medio a los poderes económicos y, como mucho, a las administraciones públicas, que son sus sirvientes. Sin embargo, una visión más compleja mostraría que se trata de una responsabilidad compartida por las administraciones que no han puesto medios preventivos y por los ciudadanos que optamos por una forma de vida. Es evidente que cuanto más poder se tiene también se tiene más responsabilidad en lo que acontece; pero también es claro que el actual estado de cosas no sería posible sin la condescendencia de la población. No es fácil engañar durante mucho tiempo a la sociedad. Por ejemplo, el uso del automóvil privado, a pesar de los problemas que acarrea para el medio ambiente urbano y rural y para la salud de las personas, está muy extendido porque la gente obtiene beneficios de su uso. El argumento fundamental para dejar de usar el automóvil masivamente ha de ser ecológico y de solidaridad con el resto de la comunidad, no el de hacer ver a la gente que está engañada.
En la dinámica normal de la sociedad que se da en este estado de cosas existen, eso sí, grandes intereses y nichos de negocios donde operan muchas personas sin escrúpulos que no reparan en los daños que producen al medio y a otras personas.
Los lectores habrán ya deducido que no estoy, ni mucho menos, en contra de la aplicación de los conocimientos científicos y tecnológicos. Creo que pueden aportar mucho a nuestras vidas y que sirven para hacernos la existencia más fácil. También creo que el desarrollo cultural e intelectual que, en suma, nos permite ser más conscientes y, por qué no, nos abre una fuente de disfrute, le debe mucho al conocimiento científico y a la tecnología. La ciencia y la tecnología son sólo negativas cuando se usan de forma insensata. Las incertidumbres son muchas y deben impregnar nuestro discurso para que sea riguroso. En muchos casos, estas incertidumbres desaconsejan el uso de algunas tecnologías o, al menos, su extensión a toda la sociedad.
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(1) J. Álvarez Yágüez y C. García González, Expertos, ciudadanos, decisiones y riesgos, PÁGINA ABIERTA, número 138, de junio de 2003.
(2) K. Popper publicó en 1959 The logic of the scientific discovery, cuya traducción al castellano fue editada por Tecnos con el título La lógica del descubrimiento científico. Según las ideas de Popper, una teoría científica, para serlo, ha de ser falsable, es decir, se ha de poder demostrar que esa teoría puede fallar. Este es el sino de todo el conocimiento científico. Al final, está condenado a demostrar que está equivocado en alguna de sus afirmaciones.
(3) Ver T. S. Khun, La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1990. Su título original fue The structure of scientific revolutions, y fue publicado en Chicago en 1962. Se trata de un libro muy inteligible e interesante que explica la forma en que avanza el conocimiento científico.
(4) Latour y Woolgar son sociólogos de la ciencia que llegan a poner en duda la existencia de referencias externas sobre las que basar las verdades científicas. Existe una afirmación de Bruno Latour que muestra el carácter de su pensamiento: recientemente se ha descubierto que Tutankamon murió de tuberculosis, afectado por el bacilo de Koch. Pues bien, Latour afirma que no pudo morir de tal enfermedad porque los médicos de la época no la conocían.
(5) U. Beck, La sociedad del riesgo global, Siglo XXI, Madrid, 2002.
Página Abierta, mayo de 2004, n. 148
El conocimiento científico, sus contenidos y cómo se elabora tienen una gran influencia sobre la sociedad y sobre el pensamiento. El método científico goza de un gran prestigio como forma de conocimiento, y a menudo asistimos a discusiones sobre si tal o cual forma de aproximarse a la realidad es o no científica.
Además de en los ámbitos académicos, la ciencia y la técnica tienen una poderosa influencia sobre nuestra forma de vida, puesto que vivimos en una sociedad muy tecnificada que ha alterado severamente, para bien y para mal, el medio físico. La ciencia y la técnica nos permiten separarnos de las ataduras de la Naturaleza; nos ayudan, por ejemplo, a combatir la enfermedad o a vivir en un mundo con menos amenazas. El gran desarrollo cultural que ha alcanzado la humanidad, aunque mal repartido y a menudo peor enfocado, es otro de los logros humanos a los que han contribuido la tecnología y el conocimiento científico.
Pero también el uso de la tecnología y la forma en que se aplica el conocimiento científico acarrean efectos negativos. Hemos visto cómo aparecen algunos problemas sanitarios modernos, que antes no existían, por un uso indebido de ciertas técnicas. Por ejemplo, el mal de las vacas locas, que se debe a la alimentación de tales animales a base de harinas cárnicas. Esta forma de alimentar a las vacas favorecía su rápido crecimiento y, además, permitía el reciclado de proteínas que, de otra forma, se perderían. Sin embargo, la enfermedad viene a frustrar este empeño. Y es posible encontrar muchos más ejemplos de problemas generados por un uso extensivo y equivocado de ciertas técnicas que, finalmente, tienen efectos negativos sobre la salud de las personas: la contaminación del aire generada por los tubos de escape de los coches, la contaminación química que se produce en la elaboración de ciertos bienes, las afecciones que causan los procesos de generación y uso de la energía, etc.
Algunos de los impactos ambientales del uso extensivo de la tecnología superan el marco local donde se producen y tienen efectos sobre toda la biosfera. La aparición de fenómenos como el cambio climático permiten que se pueda afirmar que nuestro estilo civilizador está generando lo que se ha dado en llamar crisis ecológica.
La solución de muchos problemas ecológicos de esta índole o, incluso, la mera evaluación de su alcance demandan más conocimiento científico. Sin embargo, en el tratamiento de muchos problemas la ciencia ha alcanzado su límite y no es capaz de predecir con certeza lo que va a suceder ni, mucho menos, de proponer soluciones. Además del cambio climático, podemos señalar las lluvias ácidas o el ejemplo de las mareas negras, que se citó en el artículo (1) que pretende apostillar este texto.
Los límites del conocimiento científico
El propio estado del desarrollo de las ciencias y la tecnología es el primer límite del conocimiento científico. El conocimiento llega hasta donde llega, y no más allá. No podemos aspirar a obtener respuestas técnicas para algunos problemas que la comunidad científica no ha resuelto o que ni siquiera se ha planteado. Sorprende, por ejemplo, el desconocimiento de las propiedades físicas y químicas del fuel que transportaba el Prestige cuando se hundió, a pesar de que cientos de barcos surcan los mares con miles de toneladas de tal sustancia. A menudo, en el mundo moderno, aparecen preguntas que caen en la zona gris del conocimiento o, directamente, sus respuestas son desconocidas.
El carácter siempre provisional de las verdades científicas (2) es otro límite inherente a este tipo de conocimiento, por su propia naturaleza. La acumulación de experiencias que contradicen una teoría determinada darán al traste, finalmente, con esa teoría, dejando lugar a otra nueva. Según dijo Thomas Khun (3), la acumulación de anomalías acabará con un paradigma, o sea, con un conjunto de conocimientos y una visión de la realidad de la Naturaleza, dejando lugar a un nuevo paradigma. La visión de Popper sobre las teorías científicas, que han de ser falsables, incide también en este hecho. Una verdad científica se sustenta hasta que se demuestra que no era verdad, hasta que finalmente aparecen resultados experimentales que la contradicen.
Muchos de los problemas a los que los expertos se enfrentan hoy en día son muy complejos. Tienen múltiples facetas y son multidisciplinares, por lo que requieren la participación de múltiples expertos de diferentes especialidades. A menudo se exigen respuestas rápidas en situaciones en las que el estado del conocimiento no es capaz de darlas. En estas situaciones aparecen numerosas dificultades de coordinación, con la aparición de posibles desacuerdos que dificultarán más el avance hacia la solución del problema. Además, las posibles decisiones que han de tomarse no son unidireccionales, lo que obliga a elegir entre un tipo de actuaciones u otras. Los bienes que se deben proteger son a menudo inconmensurables, por lo que es imposible elegir bajo premisas objetivas. Esto se puso de manifiesto durante la catástrofe del Prestige, por ejemplo, en la elección de las técnicas de limpieza del fuel: la limpieza de los acantilados obliga a devolver el fuel al mar y, por tanto, hay que elegir qué se prefiere, si esperar a que los acantilados se limpien de forma natural o verter algo de fuel a las aguas, que lo depositarán en otros sitios.
En el tratamiento de algunos problemas se puede dar la interacción con sistemas muy complejos, como la sociedad, la economía o el sistema político administrativo. Aquí la búsqueda de certezas es una tarea ardua. La construcción de predicciones sin dejar hueco para la incertidumbre puede dar lugar a errores que, tarde o temprano, saldrán a la luz, con el consiguiente desprestigio del predictor. Y lo que es peor, las personas que le hayan creído se sentirán engañadas y las medidas tomadas a partir de esas predicciones pueden no tener el efecto corrector deseado. Dicho sea de paso, poco hueco queda para el determinismo de la evolución de la historia humana.
Más que por los embates posmodernos procedentes de pensadores como Latour o Woolgar (4), la ciencia normal incorpora esta visión de los problemas por su propio careo con la incertidumbre y el hallazgo de problemas complejos, no lineales y difícilmente predecibles. La incertidumbre aparece como una característica inevitable de algunas disciplinas científicas: Física estadística, Mecánica cuántica, Ciencias de la complejidad y el caos, etc. En algunos países aparecen centros de investigación interdisciplinares que atacan este tipo de problemas. Por otra parte, la filosofía y la sociología de la ciencia atacan la reflexividad de los problemas científicos y tratan de superar la barrera que las separa del método y, sobre todo, del lenguaje científico.
En el campo meramente científico, las ciencias de la complejidad toman cada vez más protagonismo, y con el apoyo de la filosofía, las comunidades científicas se vuelven más permeables a otro concepto de verdad científica, aunque todo esto ocurra muy lentamente y todavía en ejemplos concretos. La comunidad científica no es especialmente flexible ni dada a los cambios fáciles. La inercia es muy grande, precisamente por el apego que tienen los científicos a su conocimiento, que les permite seguir su actividad de producción de ciencia normal, en el sentido de Khun: las actividades de la ciencia normal son las que se producen bajo un paradigma y que no conducen a la invalidación de ese paradigma. El desarrollo de la ciencia normal es justo el que va a permitir generar tecnología y aplicar los conocimientos a la vida cotidiana.
En las situaciones de riesgo, suele actuar la llamada ciencia posnormal (5), formada por un conjunto de conocimientos que todavía no constituyen un paradigma, con lo que se camina por terrenos pantanosos, o también hay problemas que caen debajo de la égida de la ciencia normal, pero para los que ésta aún no ha encontrado soluciones apropiadas.
Las respuestas sociales ante la incertidumbre
Las incertidumbres del conocimiento científico afectan, como ya se ha dicho, a la sociedad. Ésta ha de desarrollar estrategias para enfrentarse a los nuevos riesgos procedentes tanto de la aplicación de la tecnología como de la Naturaleza, con los que ha venido conviviendo desde siempre.
Una primera estrategia inteligente es la aplicación del principio precautorio, que consiste en impedir las actividades que conduzcan a riesgos. Si existen incertidumbres sobre los efectos de una determinada acción, lo mejor es no realizarla. Así formulado, resulta eficaz, pero este principio no deja de presentar algún problema. Su aplicación en exceso puede conducir a la parálisis, puesto que siempre habrá riesgos e incertidumbres en el conocimiento de los sistemas complejos. Algunos de los límites del conocimiento científico apuntados anteriormente son inevitables. Hay que vivir con ellos. El principio precautorio llevado a sus últimas consecuencias nos conduciría a la inaplicabilidad de muchas tecnologías.
Hay que decir, sin embargo, que en algunas situaciones de riesgo no existe tal problema y que es posible vislumbrar qué hacer. Me refiero, por ejemplo, al problema del cambio climático. Existen numerosas incertidumbres sobre cuán avanzado está el proceso de cambio del clima y sobre su evolución futura. Pero se sabe a ciencia cierta que los gases de invernadero son uno de los factores que regulan el clima de la Tierra y también se sabe que la concentración de estos gases en la atmósfera ha aumentado por la actividad humana. El principio precautorio no deja lugar a dudas en este caso, y lo más sensato es tomar medidas para reducir esas emisiones, aunque ello implique introducir profundos cambios en nuestras vidas.
La participación ciudadana es otra buena solución ante la incertidumbre. Es la salida que más se ajusta a los principios éticos y también la más democrática. Si no hay suficientes elementos de juicio para abordar el problema con plena certidumbre, al menos lo más democrático es que las personas que van a sufrir las consecuencias de una determinada decisión puedan opinar. Igualmente, si las medidas que han de adoptarse dependen fuertemente del enfoque cultural y de los valores, la mejor guía es tener en cuenta a la comunidad. Esta propuesta presenta también claroscuros. En primer lugar, el tejido social es a menudo muy débil para intervenir eficazmente en la toma de decisiones o, siquiera, para ser consultado por los poderes públicos. Si bien es verdad que, en ocasiones de crisis, la sociedad es capaz de demostrar un gran vigor, como ocurrió con la población gallega en el caso del hundimiento del Prestige.
La apuesta por aumentar la participación presenta también otro problema para ser una buena salida ante las situaciones de incertidumbre: las asociaciones o los agentes sociales que actúen de mediadores necesitan de asesoría para intervenir de forma sensata. Será necesario realizar un esfuerzo por vulgarizar el conocimiento científico porque, de otra forma, sólo queda la confianza en los expertos. Claro que, en todo caso, las asociaciones ciudadanas siempre tienen la posibilidad de aportar sus propios expertos de confianza para que intervengan en el debate sobre las posibles actuaciones o para que hagan un seguimiento de las medidas que se toman. Podemos encontrar ya algunas experiencias en el mundo de este tipo de acciones. Por ejemplo, en Bélgica existen dos proyectos para contar con la participación ciudadana en relación con las decisiones que se deben tomar acerca de la instalación de un cementerio de residuos de media y baja radiactividad procedentes del complejo nuclear belga Mol. Son los proyectos Stola y Moa, donde están representados asociaciones ciudadanas y partidos políticos, a los que se informa y consulta sobre todos los pasos que se dan.
El pensamiento de algunos sectores ecologistas
El pensamiento ecologista se basa, necesariamente, en el conocimiento científico, puesto que considera las relaciones entre la sociedad y el medio. Por ello, el pensamiento ecologista necesita el conocimiento del medio tanto como la información sobre los comportamientos sociales. El pensamiento ecologista es, entonces, uno de los afectados por los límites del conocimiento científico desarrollados en este trabajo y que deberían ser tenidos en cuenta.
Sin embargo, algunos sectores ecologistas son impermeables a las incertidumbres y producen un pensamiento que no tiene en cuenta éstas y los límites del conocimiento científico. Para empezar, la visión que tienen de la ciencia y de los procesos que suceden en la Naturaleza son demasiado anticuados y mecanicistas; una visión heredera de las ideas del siglo XIX, cuando las ciencias eran deterministas y no dejaban lugar a la incertidumbre, salvo en la respetable excepción de la termodinámica.
Algunos sectores del ecologismo se empeñan, hoy en día, en una búsqueda incesante de certezas, tanto si el estado actual del conocimiento lo permite como si no. Ignoran las aportaciones no deterministas de las ciencias y pasan por alto la existencia del caos, la incertidumbre y la complejidad. El determinismo se extiende también a las predicciones del devenir de la sociedad. Algunos pensadores ecologistas se aventuran a hacer predicciones en campos donde los procesos son muy complejos para permitir saber hacia dónde conducen. A menudo, buscan una única causa que explique lo que se observa, a pesar de que, como las ciencias modernas van comprendiendo, con frecuencia existen múltiples causas que sólo juntas pueden explicar lo que sucede. Un ejemplo de esto es el intento de explicar todo lo que ocurre en el mundo a partir de los procesos económicos. Se atribuye al poder económico (socialista o capitalista) la responsabilidad de todos los desaguisados ambientales, sin tener en cuenta el complejo devenir social, que incluye cambios en el consumo, en la cultura, en la ciencia y la tecnología.
Una consecuencia extrema del determinismo es el catastrofismo. Las ideas catastrofistas tienen mucho éxito entre el ecologismo, por dos causas. En primer lugar, existe el motivo bienintencionado de quienes piensan que las ideas catastrofistas pueden resultar movilizadoras, sin tener en cuenta los problemas que esto conlleva. Se predica la catástrofe basándose en certezas que no existen, por lo que el tiempo acaba poniendo a cada cual en su sitio. Si alguien predice que algo va a ocurrir en un determinado lapso de tiempo y tal cosa no sucede, pierde credibilidad y demuestra la debilidad de sus planteamientos, con lo que, finalmente, pierde capacidad movilizadora y de influencia social.
Existen varios ejemplos de catástrofes auguradas por algunos sectores del ecologismo y no cumplidas o, al menos, no cumplidas en la forma en que se decía. Por ejemplo, a principios de los noventa se decía que la población mundial se había disparado y que en el año 2000 alcanzaría los 10.000 millones de habitantes, y que se duplicaría cada 10 años. En la actualidad, la población es de unos 6.000 millones de habitantes y la tasa de crecimiento es tal que se duplica cada 50 años. No es que el crecimiento de la población no sea un elemento a tener en cuenta a la hora de estudiar impactos ambientales o reparto de recursos, pero no era un factor de consecuencias tan terribles a corto plazo como se decía.
El segundo motivo tiene algo de resentimiento social. Es como si, en el fondo, se sintiera cierta alegría ante los problemas irresolubles que el sistema debe afrontar. Ya que ni los gobernantes toman las medidas necesarias ni la sociedad cambia su forma de vida, aparece un deseo oculto de que sufran las consecuencias de sus actos.
Sin embargo, se defiende la incertidumbre cuando se adapta al mensaje que se quiere transmitir. Por ejemplo, la oposición a la biotecnología se basa en las incertidumbres que rodean tal actividad. En relación con ésta, algunos sectores ecologistas piden la interrupción de todas las actividades relacionadas con la manipulación genética, incluidas las investigaciones. Y esto a pesar de que en algunos casos los riesgos están controlados y, previsiblemente, la actividad puede aportar un bien para la sociedad a medio plazo.
El problema de fondo es que, con mucha frecuencia, el conocimiento de la ciencia se distorsiona o se niega para plegarlo a lo políticamente correcto, a la necesidad de hacer un discurso de combate. Si el conocimiento científico no conviene a nuestros fines, lo ignoramos.
El ecologismo a menudo atribuye la responsabilidad de las afecciones sobre el medio a los poderes económicos y, como mucho, a las administraciones públicas, que son sus sirvientes. Sin embargo, una visión más compleja mostraría que se trata de una responsabilidad compartida por las administraciones que no han puesto medios preventivos y por los ciudadanos que optamos por una forma de vida. Es evidente que cuanto más poder se tiene también se tiene más responsabilidad en lo que acontece; pero también es claro que el actual estado de cosas no sería posible sin la condescendencia de la población. No es fácil engañar durante mucho tiempo a la sociedad. Por ejemplo, el uso del automóvil privado, a pesar de los problemas que acarrea para el medio ambiente urbano y rural y para la salud de las personas, está muy extendido porque la gente obtiene beneficios de su uso. El argumento fundamental para dejar de usar el automóvil masivamente ha de ser ecológico y de solidaridad con el resto de la comunidad, no el de hacer ver a la gente que está engañada.
En la dinámica normal de la sociedad que se da en este estado de cosas existen, eso sí, grandes intereses y nichos de negocios donde operan muchas personas sin escrúpulos que no reparan en los daños que producen al medio y a otras personas.
Los lectores habrán ya deducido que no estoy, ni mucho menos, en contra de la aplicación de los conocimientos científicos y tecnológicos. Creo que pueden aportar mucho a nuestras vidas y que sirven para hacernos la existencia más fácil. También creo que el desarrollo cultural e intelectual que, en suma, nos permite ser más conscientes y, por qué no, nos abre una fuente de disfrute, le debe mucho al conocimiento científico y a la tecnología. La ciencia y la tecnología son sólo negativas cuando se usan de forma insensata. Las incertidumbres son muchas y deben impregnar nuestro discurso para que sea riguroso. En muchos casos, estas incertidumbres desaconsejan el uso de algunas tecnologías o, al menos, su extensión a toda la sociedad.
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(1) J. Álvarez Yágüez y C. García González, Expertos, ciudadanos, decisiones y riesgos, PÁGINA ABIERTA, número 138, de junio de 2003.
(2) K. Popper publicó en 1959 The logic of the scientific discovery, cuya traducción al castellano fue editada por Tecnos con el título La lógica del descubrimiento científico. Según las ideas de Popper, una teoría científica, para serlo, ha de ser falsable, es decir, se ha de poder demostrar que esa teoría puede fallar. Este es el sino de todo el conocimiento científico. Al final, está condenado a demostrar que está equivocado en alguna de sus afirmaciones.
(3) Ver T. S. Khun, La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1990. Su título original fue The structure of scientific revolutions, y fue publicado en Chicago en 1962. Se trata de un libro muy inteligible e interesante que explica la forma en que avanza el conocimiento científico.
(4) Latour y Woolgar son sociólogos de la ciencia que llegan a poner en duda la existencia de referencias externas sobre las que basar las verdades científicas. Existe una afirmación de Bruno Latour que muestra el carácter de su pensamiento: recientemente se ha descubierto que Tutankamon murió de tuberculosis, afectado por el bacilo de Koch. Pues bien, Latour afirma que no pudo morir de tal enfermedad porque los médicos de la época no la conocían.
(5) U. Beck, La sociedad del riesgo global, Siglo XXI, Madrid, 2002.
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Victor Tercero -