La protesta tinerfeña
Angel Tristán Pimienta
La Provincia, 13-3-2005
Coalición Canaria, ATI en este caso, no se está dando cuenta de que en Tenerife se está incubando una protesta social, un proceso de ´insumisión´ ante el modelo de desarrollo impuesto por las instituciones, de una magnitud desconocida. El hecho provoca situaciones que oscilan entre lo patético y lo esperpéntico, pasando por todo el arco iris de lo ridículo. Mientras los nacionalistas, con el acompañamiento de los populares, escenifican graves desencuentros con el Ministerio de Fomento, y reclaman cuantiosas inversiones para nuevas infraestructuras, resulta que un sector importante de la ciudadanía, decenas de miles de personas, cientos de miles tal vez, se manifiestan en contra de algunos de los proyectos estrella. No es eso lo que quieren; no quieren el diseño que se ha impuesto "desde arriba". Y a pesar de que desde las fuerzas vivas y muchas de las agónicas se acuse a estas plataformas de estar movidas por intereses espurios, de obedecer a consignas antipatrióticas, de traición a los intereses insulares... lo
cierto es que no hay nada de eso. Sencillamente, las autoridades están perdiendo la sintonía con el pueblo. Ahora, en Tenerife.
Pero antes, este proceso se ha vivido en Lanzarote y en cierta manera también en Gran Canaria, con episodios como Veneguera, la Cicer, El Confital o el Istmo de La Luz. Frente a estas evidencias lo sensato no es encastillarse, como ha hecho la alcaldesa de Las Palmas de Gran Canaria, ni acusar a los disidentes de formar parte de una gran conjura que para algunos áticos ´avant la letre´ sin duda es malévolamente manipulada desde el ´sanedrín´ canarión.
Y es que no se conciben algunos aspectos básicos de la sociedad europea del siglo XXI. El desarrollismo de las Islas ha huido de todo atisbo de sostenibilidad, y produce vértigo. La gente no es tonta y no quiere vivir en cabañas, volver a navegar en barcos de vela o renunciar al estilo y calidad de vida que es seña de identidad de los europeos actuales. Pero el ejemplo de otros países, y hasta de otras comunidades autónomas, demuestra que hay cosas que se pueden hacer mejor, con mayor respeto al patrimonio monumental y al medio ambiente, y pese a ello seguir creciendo.
Las movilizaciones contra el tendido aéreo de los cables eléctricos hasta el sur pudieron estar manipuladas; pero
es innegable que para la alternativa sólo era precisa una cosa: dinero. Con dinero, los cables no sólo pueden ir enterrados sino que cada diez metros se pueden plantar claveles. O sea: es un problema de euros. La pregunta clave entonces es: ¿ no vale la pena rediseñar las ayudas que se siguen recibiendo de la UE y darle mayor prioridad a los requisitos ecológicos? ¿No es mejor invertir en paisaje, en un archipiélago en donde la imagen es fundamental para mantener el liderazgo turístico a largo plazo, que en inapropiadas obras faraónicas y en trenes innecesarios
y obsoletos?
El penúltimo suceso ocurrió hace unas semanas en La Laguna cuando se rechazó masivamente una autopista que partiría la vega y generaría una inercia que provocaría el fin de la agricultura y de los parajes más emblemáticos. El último ocurrió anteayer en La Orotava, cuando el alcalde de la Villa ordenó a la Policía Local cargar contra unos vecinos que pretendían impedir el derribo ´manu caterpillar´ de unas viviendas históricas del casco antiguo.
Frente a estos hitos, que irrumpen de pronto en la lánguida vida de provincias, donde desde hace un tiempo las discusiones más apasionadas giran alrededor del Carnaval y, ahora, de los grandes expresos santacruceros, la reacción de la administración es confundir los molinos con gigantes conspiradores, cosa muy propia en el IV Centenario del Quijote. La propuesta desde las alturas áticas y de la derecha es esperar a que escampe. ¿No se dan cuenta de que está terminando un ciclo? Porque los ciclos, los regímenes, terminan casi siempre así, sin que se tenga cabal conciencia de que se están acabando. Más dura será la caída.
Lo que está en crisis, asimismo, es el modelo de Coalición Canaria: basa toda su política en una inversión que no responde a una ideología tintada por la cautela conservacionista, que es la imperante. Es una necedad, además de un suicidio, reírse del protocolo de Kioto, o desarmar las estructuras de control y protección del interés general, o repetir como cacatúas los mensajes de la posguerra civil de que no se puede perder un duro, así quieran hacer adosados en las Cañadas o ponerle más chimeneas a la refinería.
Las explosiones frecuentes del índice del ozono no son culpa de Madrid, ni de Valencia o Alicante, o de la internacional comunista: quien coge lapas, se moja los pantalones. El ejemplo Tachtcher no vale a estas alturas. Hoy es un personaje propio de museo de cera, cuya herencia ha sido una situación caótica de la sanidad, los ferrocarriles, la educación... La ´guerra de las Malvinas´ no puede servir de paraguas eterno a un gran fracaso global. Algo comienza a moverse en Tenerife, y si sus fuerzas políticas no están atentas y recuperan la sensibilidad, pueden convertirse en estatuas de sal.
La Provincia, 13-3-2005
Coalición Canaria, ATI en este caso, no se está dando cuenta de que en Tenerife se está incubando una protesta social, un proceso de ´insumisión´ ante el modelo de desarrollo impuesto por las instituciones, de una magnitud desconocida. El hecho provoca situaciones que oscilan entre lo patético y lo esperpéntico, pasando por todo el arco iris de lo ridículo. Mientras los nacionalistas, con el acompañamiento de los populares, escenifican graves desencuentros con el Ministerio de Fomento, y reclaman cuantiosas inversiones para nuevas infraestructuras, resulta que un sector importante de la ciudadanía, decenas de miles de personas, cientos de miles tal vez, se manifiestan en contra de algunos de los proyectos estrella. No es eso lo que quieren; no quieren el diseño que se ha impuesto "desde arriba". Y a pesar de que desde las fuerzas vivas y muchas de las agónicas se acuse a estas plataformas de estar movidas por intereses espurios, de obedecer a consignas antipatrióticas, de traición a los intereses insulares... lo
cierto es que no hay nada de eso. Sencillamente, las autoridades están perdiendo la sintonía con el pueblo. Ahora, en Tenerife.
Pero antes, este proceso se ha vivido en Lanzarote y en cierta manera también en Gran Canaria, con episodios como Veneguera, la Cicer, El Confital o el Istmo de La Luz. Frente a estas evidencias lo sensato no es encastillarse, como ha hecho la alcaldesa de Las Palmas de Gran Canaria, ni acusar a los disidentes de formar parte de una gran conjura que para algunos áticos ´avant la letre´ sin duda es malévolamente manipulada desde el ´sanedrín´ canarión.
Y es que no se conciben algunos aspectos básicos de la sociedad europea del siglo XXI. El desarrollismo de las Islas ha huido de todo atisbo de sostenibilidad, y produce vértigo. La gente no es tonta y no quiere vivir en cabañas, volver a navegar en barcos de vela o renunciar al estilo y calidad de vida que es seña de identidad de los europeos actuales. Pero el ejemplo de otros países, y hasta de otras comunidades autónomas, demuestra que hay cosas que se pueden hacer mejor, con mayor respeto al patrimonio monumental y al medio ambiente, y pese a ello seguir creciendo.
Las movilizaciones contra el tendido aéreo de los cables eléctricos hasta el sur pudieron estar manipuladas; pero
es innegable que para la alternativa sólo era precisa una cosa: dinero. Con dinero, los cables no sólo pueden ir enterrados sino que cada diez metros se pueden plantar claveles. O sea: es un problema de euros. La pregunta clave entonces es: ¿ no vale la pena rediseñar las ayudas que se siguen recibiendo de la UE y darle mayor prioridad a los requisitos ecológicos? ¿No es mejor invertir en paisaje, en un archipiélago en donde la imagen es fundamental para mantener el liderazgo turístico a largo plazo, que en inapropiadas obras faraónicas y en trenes innecesarios
y obsoletos?
El penúltimo suceso ocurrió hace unas semanas en La Laguna cuando se rechazó masivamente una autopista que partiría la vega y generaría una inercia que provocaría el fin de la agricultura y de los parajes más emblemáticos. El último ocurrió anteayer en La Orotava, cuando el alcalde de la Villa ordenó a la Policía Local cargar contra unos vecinos que pretendían impedir el derribo ´manu caterpillar´ de unas viviendas históricas del casco antiguo.
Frente a estos hitos, que irrumpen de pronto en la lánguida vida de provincias, donde desde hace un tiempo las discusiones más apasionadas giran alrededor del Carnaval y, ahora, de los grandes expresos santacruceros, la reacción de la administración es confundir los molinos con gigantes conspiradores, cosa muy propia en el IV Centenario del Quijote. La propuesta desde las alturas áticas y de la derecha es esperar a que escampe. ¿No se dan cuenta de que está terminando un ciclo? Porque los ciclos, los regímenes, terminan casi siempre así, sin que se tenga cabal conciencia de que se están acabando. Más dura será la caída.
Lo que está en crisis, asimismo, es el modelo de Coalición Canaria: basa toda su política en una inversión que no responde a una ideología tintada por la cautela conservacionista, que es la imperante. Es una necedad, además de un suicidio, reírse del protocolo de Kioto, o desarmar las estructuras de control y protección del interés general, o repetir como cacatúas los mensajes de la posguerra civil de que no se puede perder un duro, así quieran hacer adosados en las Cañadas o ponerle más chimeneas a la refinería.
Las explosiones frecuentes del índice del ozono no son culpa de Madrid, ni de Valencia o Alicante, o de la internacional comunista: quien coge lapas, se moja los pantalones. El ejemplo Tachtcher no vale a estas alturas. Hoy es un personaje propio de museo de cera, cuya herencia ha sido una situación caótica de la sanidad, los ferrocarriles, la educación... La ´guerra de las Malvinas´ no puede servir de paraguas eterno a un gran fracaso global. Algo comienza a moverse en Tenerife, y si sus fuerzas políticas no están atentas y recuperan la sensibilidad, pueden convertirse en estatuas de sal.
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