Artículo de opinión sobre la Playa de La Garita
Puerto Madera. El efecto Isla
Artículo de opinión de José L. González Ruano
Canarias-7.es
Todas las islas provocan un efecto singular e inevitable en el comportamiento marino, una suerte de alteración oceánica y meteorológica que acaba determinando la biogeografía de la propia isla. Esta idea prefijada convocó en mi casa de Puerto Madera, en la hasta ahora mal llamada playa de La Garita, a un grupo de curiosos amigos conversadores para escuchar la atractiva y documentada exposición que del tema hiciera el doctor Antonio J. González Ramos.
Ilustrados por sorprendentes avances en teledetección, pudimos comprobar también los recientes cambios de la temperatura oceánica y el flujo planctónico en las aguas nutricias de nuestro archipiélago. Las islas como obstáculos notables que marcan zonas de turbulencias y calmas. La significación científica de los giros en sentido contrario de aguas cálidas y frías hasta la formación de vórtices fecundos en esos lugares a resguardo del relieve insular. Naturalmente surgen preguntas y planteamientos sobre temas más o menos actuales: la presencia masiva de microorganismos invasores el verano pasado o la apetencia temporal por estas zonas de cetáceos como las orcas recientemente fotografiadas al suroeste de Gran Canaria. ¿Cuánto de la comprensión fundamental de nuestra naturaleza compete al efecto de estos picos de las placas oceánicas?
Hablamos del océano en grande, de ese muro azul en movimiento que nos rodea y de su fascinante influencia, pero no deja de sorprendernos el atractivo que poseen las islas, completamente desproporcionado con respecto a su extensión. Islas volcánicas y profundas como las nuestras que se descubren extendiendo su potencial biológico más allá de su escasa superficie. ¿Es casual su ubicación? La transición de las aguas profundas a las aguas someras en la playa es un proceso gradual, pero ¿tendría el mismo efecto sin la interrupción insular?
Desde un punto de vista físico parece que todo se corresponde con un conjunto de regularidades básicas, pero el efecto isla puede también operar alteraciones no deseadas, radicalmente diferentes a las que la dinámica natural de toda esa agua salada propone. Eso dependerá, por supuesto, de nuestra abusiva intervención, no siempre accidental. Las islas se convierten entonces en colonias ecológicamente sacrificadas que parecen ignorar la magnitud de su talante oceánico.
El oceanógrafo González Ramos, siguiendo la vieja sentencia de Emerson, nos habló de lo que sabe: el movimiento circular de las aguas y la presencia efectiva de la isla en la complejidad de las corrientes. Estábamos en animada tertulia en mi casa de Puerto Madera, a pocos metros de la orilla donde un joven océano de ciento sesenta y cinco millones de años insistía en su comportamiento natural.
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