Pepa no tiene la palma
Angel Tristán Pimienta
La Provincia, 30-8-2004
La alcaldesa Pepa Luzardo, recién incorporada a su despacho tras las vacaciones, ha asumido íntegramente la responsabilidad personal y política por la salvaje tala de palmeras en la calle Torres Quevedo. Era de esperar: le honra la rotundidad con la que asume la decisión; pero desde el punto de vista de un amplio sector de la ciudadanía, no es ningún mérito haber dado la orden de tierra quemada.
Los argumentos son los clásicos; y lo único que demuestran es que entre las muchas divisiones de clases que hay en la sociedad, ésta es otra de ellas: los que quieren a los árboles y los que los consideran trastos molestos. Y punto. Hay un hecho que sobresale sobre todos los demás: mientras en el Banco de España las washintonias fueron retiradas, también con argumentos poco consistentes, y según algunos expertos municipales, falsos, pero trasplantadas en un vivero del sur, las de la Playa Chica fueron troceadas y tiradas al vertedero de Salto del Negro. Hay, como se aprecia a simple vista, una ´adolecencia´ de sensibilidad y de respeto a la naturaleza.
Después hay que considerar los efectos secundarios, que en la nueva terminología militar puesta de moda en la guerra del Golfo de 1991 es aplicable al caso: son los ´efectos colaterales´. Dice la alcaldesa que todo obedece a un problema de seguridad. La Calle Torres Quevedo "como la de Ripoche", están mejor ahora, según la líderesa local del PP. Ahora pueden pasar ambulancias y coches de bomberos y, por seguir desarrollando el argumento, carrozas del carnaval. Pero hay que negar la principal: no es cierto que Ripoche esté mejor en la actualidad que cuando tenía unas pocas palmeras reales en su centro. Finalmente sólo se quitaron dos, porque el resto había muerto por falta de riego. Fue otra de las ocasiones en que el Ayuntamiento, no se sabe bien si sus técnicos o sus políticos, ensaya un experimento consistente en lograr plantas que no necesiten agua. Hasta la fecha el resultado ha sido similar al de la burra del gitano, que cuando aprendió a no comer...la pobre se murió. Es incierto que en Ripoche no pudieran pasar los vehículos de los bomberos. A lo mejor, alguno no podría. Pero de hecho hemos sido testigos, casualmente, del tránsito de camiones equivalentes, sin ningún inconveniente insuperable. En el presente, esta calle tiene unos macetones ridículos, que no ´pegan´ ni con cola, y que como es habitual por estos lares están secos y se han convertido en ceniceros.
En Torres de Quevedo, idem de idem. Vecinos del lugar, empezando por la asociación, hablan sin ambages de "mentiras". Ellos saben perfectamente que las ambulancias pasan, porque hay personas mayores que necesitan este servicio, y lo reciben regularmente; y que unidades más grandes han transitado igualmente por entre las antiguas washingtonias. Que la calle esté mejor sin palmeras es como la teoría de un pintoresco personaje con mucha labia y ausencia total del sentido del ridículo que aprovecha cualquier púlpito que se le ponga delante para predicar la deforestación de Gran Canaria y la extinción de los bosques replantados porque, asegura, lo que hay que hacer es volver a las cabras y las ovejas "como en tiempos de los guanches", lo que demuestra, desde luego, una gran deficiencia intelectual y de conocimientos.
En el mejor de los casos lo que hay son gustos particulares: a Pepa Luzardo, según parece, le gustan más las calles sin palmeras; eso sí, decoradas con macetoncitos de colorines con plantas de primor. El paso de carruajes, sean de Cruz Roja o de Contraincendios, utilizado como disculpa, llevaría a un gigantesco urbanicidio: habría que derruir buena parte de las calle de Vegueta, empezando por La Peregrina, precisamente cuando, gran anacronismo, se plantea su conversión en Patrimonio de la Humanidad. Y no digamos nada de los barrios árabes y judíos de media España. Todos sufriendo las embestidas de los caterpillar para ensanchar sus calzadas empedradas, que son una joya de la arquitectura.
El razonamiento es idéntico al que permitió que un grupo de desnortados hiciera una ´intervención´ tan radical en el Castillo de La Luz, entre otros aspectos para encajar un ascensor con boina en la azotea del recinto, que ha transgredido todas las leyes proteccionistas habidas y por haber. La cortina de humo que se puso como disculpa en esta ocasión fueron los minusválidos. Pero hay cosas que, repitamos, no pueden ser y además son imposibles. Tampoco se puede subir en silla de ruedas o con muletas al Cenobio de Valerón. ¿Vamos a ponerle unos elevadores? Y ya puestos, para evitar el peligro a los niños, ¿se les aplicarán a estas cuevas las ordenanzas municipales y se dotará al risco de unas románticas balaustradas blancas subespecie garajera? Ripoche ha perdido el encanto que tuvo, provisionalmente, con unas cuantas palmeras en su mediana; Torres Quevedo lo mismo. Y lo peor es que hay motivos para echarse a temblar. Con este cuento de la seguridad podemos asistir a una gran desertización de la capital. Dice el lema oficial que la ciudad "segura tiene la Palma". Eso era antes.
La Provincia, 30-8-2004
La alcaldesa Pepa Luzardo, recién incorporada a su despacho tras las vacaciones, ha asumido íntegramente la responsabilidad personal y política por la salvaje tala de palmeras en la calle Torres Quevedo. Era de esperar: le honra la rotundidad con la que asume la decisión; pero desde el punto de vista de un amplio sector de la ciudadanía, no es ningún mérito haber dado la orden de tierra quemada.
Los argumentos son los clásicos; y lo único que demuestran es que entre las muchas divisiones de clases que hay en la sociedad, ésta es otra de ellas: los que quieren a los árboles y los que los consideran trastos molestos. Y punto. Hay un hecho que sobresale sobre todos los demás: mientras en el Banco de España las washintonias fueron retiradas, también con argumentos poco consistentes, y según algunos expertos municipales, falsos, pero trasplantadas en un vivero del sur, las de la Playa Chica fueron troceadas y tiradas al vertedero de Salto del Negro. Hay, como se aprecia a simple vista, una ´adolecencia´ de sensibilidad y de respeto a la naturaleza.
Después hay que considerar los efectos secundarios, que en la nueva terminología militar puesta de moda en la guerra del Golfo de 1991 es aplicable al caso: son los ´efectos colaterales´. Dice la alcaldesa que todo obedece a un problema de seguridad. La Calle Torres Quevedo "como la de Ripoche", están mejor ahora, según la líderesa local del PP. Ahora pueden pasar ambulancias y coches de bomberos y, por seguir desarrollando el argumento, carrozas del carnaval. Pero hay que negar la principal: no es cierto que Ripoche esté mejor en la actualidad que cuando tenía unas pocas palmeras reales en su centro. Finalmente sólo se quitaron dos, porque el resto había muerto por falta de riego. Fue otra de las ocasiones en que el Ayuntamiento, no se sabe bien si sus técnicos o sus políticos, ensaya un experimento consistente en lograr plantas que no necesiten agua. Hasta la fecha el resultado ha sido similar al de la burra del gitano, que cuando aprendió a no comer...la pobre se murió. Es incierto que en Ripoche no pudieran pasar los vehículos de los bomberos. A lo mejor, alguno no podría. Pero de hecho hemos sido testigos, casualmente, del tránsito de camiones equivalentes, sin ningún inconveniente insuperable. En el presente, esta calle tiene unos macetones ridículos, que no ´pegan´ ni con cola, y que como es habitual por estos lares están secos y se han convertido en ceniceros.
En Torres de Quevedo, idem de idem. Vecinos del lugar, empezando por la asociación, hablan sin ambages de "mentiras". Ellos saben perfectamente que las ambulancias pasan, porque hay personas mayores que necesitan este servicio, y lo reciben regularmente; y que unidades más grandes han transitado igualmente por entre las antiguas washingtonias. Que la calle esté mejor sin palmeras es como la teoría de un pintoresco personaje con mucha labia y ausencia total del sentido del ridículo que aprovecha cualquier púlpito que se le ponga delante para predicar la deforestación de Gran Canaria y la extinción de los bosques replantados porque, asegura, lo que hay que hacer es volver a las cabras y las ovejas "como en tiempos de los guanches", lo que demuestra, desde luego, una gran deficiencia intelectual y de conocimientos.
En el mejor de los casos lo que hay son gustos particulares: a Pepa Luzardo, según parece, le gustan más las calles sin palmeras; eso sí, decoradas con macetoncitos de colorines con plantas de primor. El paso de carruajes, sean de Cruz Roja o de Contraincendios, utilizado como disculpa, llevaría a un gigantesco urbanicidio: habría que derruir buena parte de las calle de Vegueta, empezando por La Peregrina, precisamente cuando, gran anacronismo, se plantea su conversión en Patrimonio de la Humanidad. Y no digamos nada de los barrios árabes y judíos de media España. Todos sufriendo las embestidas de los caterpillar para ensanchar sus calzadas empedradas, que son una joya de la arquitectura.
El razonamiento es idéntico al que permitió que un grupo de desnortados hiciera una ´intervención´ tan radical en el Castillo de La Luz, entre otros aspectos para encajar un ascensor con boina en la azotea del recinto, que ha transgredido todas las leyes proteccionistas habidas y por haber. La cortina de humo que se puso como disculpa en esta ocasión fueron los minusválidos. Pero hay cosas que, repitamos, no pueden ser y además son imposibles. Tampoco se puede subir en silla de ruedas o con muletas al Cenobio de Valerón. ¿Vamos a ponerle unos elevadores? Y ya puestos, para evitar el peligro a los niños, ¿se les aplicarán a estas cuevas las ordenanzas municipales y se dotará al risco de unas románticas balaustradas blancas subespecie garajera? Ripoche ha perdido el encanto que tuvo, provisionalmente, con unas cuantas palmeras en su mediana; Torres Quevedo lo mismo. Y lo peor es que hay motivos para echarse a temblar. Con este cuento de la seguridad podemos asistir a una gran desertización de la capital. Dice el lema oficial que la ciudad "segura tiene la Palma". Eso era antes.
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