La "cultura ambientador" contra el Medio Ambiente
artículo de José Galindo
Este modus vivendi sólo se preocupa de que los problemas no se vean, ni se huelan, y de maximizar la comodidad física e intelectual de los individuos. Su máxima de vida es: "Si no veo ni huelo problemas es que no existen". La comodidad física conlleva tener todas las comodidades para no mover un músculo (TV satélite o por cable incluida), mientras que la comodidad intelectual implica no plantearse nada que pueda evidenciar el tremendo error de esa forma de vida.
Cuando en un lugar huele mal (en el servicio, por ejemplo) hay dos formas de actuar: Eliminar el mal olor o esconderlo con un olor más fuerte. Lo primero se consigue económica y fácilmente aireando la habitación, lo cual es aconsejable hacer a diario con todas las habitaciones de la casa. La segunda solución es poner un "ambientador", que es un artilugio pensado para que su olor huela más que otros olores y los esconda, los haga imperceptibles.
Lo paradójico de poner un ambientador es que no elimina lo que provoca el mal olor y por tanto, sigue respirándose con las consecuencias negativas que ello pueda ocasionar. A esas consecuencias negativas hay que sumar algo peor, las que se deriven de respirar los productos químicos que volatiliza el ambientador (enfermedades respiratorias, alergias, cáncer...). Al final uno se traga el mal olor y los productos químicos del que se supone buen olor, que en muchos casos no es más que un olor de colonia tan desagradable que uno recuerda con nostalgia las bondades de respirar aire normal, sin olor.
Se demuestra así que el uso de ambientadores agrava los problemas que se pretendían solucionar. Pero ya no los vemos ni olemos. Más aún, hay que añadir otros problemas que se generan en otros sitios: Contaminación de la industria química en la fabricación de cada producto, contaminación en su embalaje y transporte, imposibilidad de reciclar todos los envases y gasto energético en el reciclaje de los que puedan ser reciclados. El remate de esta historia son los modernos ambientadores que gastan energía durante su funcionamiento (energía eléctrica o a pilas). Todo un derroche para envenenarnos.
La vida en los países industrializados, bien podría llamarse "cultura ambientador", porque aplica este mismo modus operandi en gran parte de sus costumbres o actuaciones. Nuestra sociedad no piensa en las implicaciones de nuestras compras o de nuestros actos más allá de lo que nosotros somos capaces de ver y oler. Esta comodidad intelectual lleva a los individuos a lamentar los desastres ecológicos cuando los vemos y a olvidarlos cuando no salen por TV. Lamentan la contaminación que dicen que hay, pero siguen abusando de detergentes, suavizantes, limpiadores, disolventes, lejías... y ambientadores. Lamentan el efecto invernadero pero adoran su potente coche y su potente calefacción, porque es fantástico estar en manga corta en invierno y porque en su casa no hay contaminación. Lamentan el devastador efecto del cáncer y de las enfermedades cardíacas y circulatorias pero ignoran que en los países ricos el porcentaje de muerte por cáncer puede triplicar al porcentaje en los países pobres y que en los países ricos la principal causa de muerte son las enfermedades cardíacas y circulatorias debido al estilo de vida sedentario, la mala alimentación, la sobrealimentación y la contaminación (atmosférica, de interiores...). Lamentan que haya gente muriendo de hambre, pero no enlazan ese problema con su propia sobrealimentación. Se llenan los hogares de objetos sin entender que albergan una energía que se necesita para otros fines. Se usa el agua sin saber de dónde viene o a donde va...
En definitiva, las sociedades de los países ricos se lamentan de muchas cosas de las que son ellos los principales culpables. Esta "cultura ambientador" bien podría llamarse "cultura ascensor", "cultura gimnasio" o, como decía el Dr. Rojas Montes, "cultura light" porque se compran productos light y se va al gimnasio para no engordar, pero luego se usa el ascensor y se abusa del coche y del consumo de carne o azúcar, por citar unos ejemplos. El error radica en no ir más allá de lo inmediato. Por ejemplo, se abusa del consumo de carne por su sabor pero no se atiende a quien asegure que es mejor comer poca carne, o a quien asegure que producir carne contamina más que producir los vegetales equivalentes, o a quien se atreva a decir que un kilo de carne requiere el consumo de miles de litros de agua (piensa, por un momento sólo, en toda el agua que beba el animal en toda su vida y, en otro momento, piensa que hay otros gastos de agua en una granja). En este abuso tampoco se piensa en el sufrimiento de los animales o de esas personas que no alcanzan ni a oler el comercio de carne.
La desidia de la "cultura ambientador" arrasa el medio ambiente. Frente a esto hay que abrir las ventanas, las ventanas físicas y mentales, y dejar que nuestra casa y nuestra mente se llenen de aire fresco. No importa que nuestra casa esté más sucia si el mundo y nuestra mente están más limpios. No importa que nuestra casa esté un poco más vacía de objetos, si la mayoría de ellos son sencillamente inútiles y... cuantas menos cosas, menos preocupaciones. En realidad no importa que abrir las ventanas requiera un pequeño esfuerzo, porque merece la pena ver lo que hay más allá de las cosas: Un mundo hermoso y frágil que necesita ser respetado.
Referencias:
J. Button, Friends of the Earth: "¡Háztelo Verde!, Ideas para poner ecología en la vida diaria". Integral, 1997.
Peter Singer: "Ética Práctica". 2ª Edición, Cambridge University Press, 2003. Véase resumen en www.resumelibros.tk.
Enrique Rojas: "El hombre light". Véase resumen en www.resumelibros.tk.
José Galindo
portaldelmedioambiente.com
Este modus vivendi sólo se preocupa de que los problemas no se vean, ni se huelan, y de maximizar la comodidad física e intelectual de los individuos. Su máxima de vida es: "Si no veo ni huelo problemas es que no existen". La comodidad física conlleva tener todas las comodidades para no mover un músculo (TV satélite o por cable incluida), mientras que la comodidad intelectual implica no plantearse nada que pueda evidenciar el tremendo error de esa forma de vida.
Cuando en un lugar huele mal (en el servicio, por ejemplo) hay dos formas de actuar: Eliminar el mal olor o esconderlo con un olor más fuerte. Lo primero se consigue económica y fácilmente aireando la habitación, lo cual es aconsejable hacer a diario con todas las habitaciones de la casa. La segunda solución es poner un "ambientador", que es un artilugio pensado para que su olor huela más que otros olores y los esconda, los haga imperceptibles.
Lo paradójico de poner un ambientador es que no elimina lo que provoca el mal olor y por tanto, sigue respirándose con las consecuencias negativas que ello pueda ocasionar. A esas consecuencias negativas hay que sumar algo peor, las que se deriven de respirar los productos químicos que volatiliza el ambientador (enfermedades respiratorias, alergias, cáncer...). Al final uno se traga el mal olor y los productos químicos del que se supone buen olor, que en muchos casos no es más que un olor de colonia tan desagradable que uno recuerda con nostalgia las bondades de respirar aire normal, sin olor.
Se demuestra así que el uso de ambientadores agrava los problemas que se pretendían solucionar. Pero ya no los vemos ni olemos. Más aún, hay que añadir otros problemas que se generan en otros sitios: Contaminación de la industria química en la fabricación de cada producto, contaminación en su embalaje y transporte, imposibilidad de reciclar todos los envases y gasto energético en el reciclaje de los que puedan ser reciclados. El remate de esta historia son los modernos ambientadores que gastan energía durante su funcionamiento (energía eléctrica o a pilas). Todo un derroche para envenenarnos.
La vida en los países industrializados, bien podría llamarse "cultura ambientador", porque aplica este mismo modus operandi en gran parte de sus costumbres o actuaciones. Nuestra sociedad no piensa en las implicaciones de nuestras compras o de nuestros actos más allá de lo que nosotros somos capaces de ver y oler. Esta comodidad intelectual lleva a los individuos a lamentar los desastres ecológicos cuando los vemos y a olvidarlos cuando no salen por TV. Lamentan la contaminación que dicen que hay, pero siguen abusando de detergentes, suavizantes, limpiadores, disolventes, lejías... y ambientadores. Lamentan el efecto invernadero pero adoran su potente coche y su potente calefacción, porque es fantástico estar en manga corta en invierno y porque en su casa no hay contaminación. Lamentan el devastador efecto del cáncer y de las enfermedades cardíacas y circulatorias pero ignoran que en los países ricos el porcentaje de muerte por cáncer puede triplicar al porcentaje en los países pobres y que en los países ricos la principal causa de muerte son las enfermedades cardíacas y circulatorias debido al estilo de vida sedentario, la mala alimentación, la sobrealimentación y la contaminación (atmosférica, de interiores...). Lamentan que haya gente muriendo de hambre, pero no enlazan ese problema con su propia sobrealimentación. Se llenan los hogares de objetos sin entender que albergan una energía que se necesita para otros fines. Se usa el agua sin saber de dónde viene o a donde va...
En definitiva, las sociedades de los países ricos se lamentan de muchas cosas de las que son ellos los principales culpables. Esta "cultura ambientador" bien podría llamarse "cultura ascensor", "cultura gimnasio" o, como decía el Dr. Rojas Montes, "cultura light" porque se compran productos light y se va al gimnasio para no engordar, pero luego se usa el ascensor y se abusa del coche y del consumo de carne o azúcar, por citar unos ejemplos. El error radica en no ir más allá de lo inmediato. Por ejemplo, se abusa del consumo de carne por su sabor pero no se atiende a quien asegure que es mejor comer poca carne, o a quien asegure que producir carne contamina más que producir los vegetales equivalentes, o a quien se atreva a decir que un kilo de carne requiere el consumo de miles de litros de agua (piensa, por un momento sólo, en toda el agua que beba el animal en toda su vida y, en otro momento, piensa que hay otros gastos de agua en una granja). En este abuso tampoco se piensa en el sufrimiento de los animales o de esas personas que no alcanzan ni a oler el comercio de carne.
La desidia de la "cultura ambientador" arrasa el medio ambiente. Frente a esto hay que abrir las ventanas, las ventanas físicas y mentales, y dejar que nuestra casa y nuestra mente se llenen de aire fresco. No importa que nuestra casa esté más sucia si el mundo y nuestra mente están más limpios. No importa que nuestra casa esté un poco más vacía de objetos, si la mayoría de ellos son sencillamente inútiles y... cuantas menos cosas, menos preocupaciones. En realidad no importa que abrir las ventanas requiera un pequeño esfuerzo, porque merece la pena ver lo que hay más allá de las cosas: Un mundo hermoso y frágil que necesita ser respetado.
Referencias:
J. Button, Friends of the Earth: "¡Háztelo Verde!, Ideas para poner ecología en la vida diaria". Integral, 1997.
Peter Singer: "Ética Práctica". 2ª Edición, Cambridge University Press, 2003. Véase resumen en www.resumelibros.tk.
Enrique Rojas: "El hombre light". Véase resumen en www.resumelibros.tk.
José Galindo
portaldelmedioambiente.com
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